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el pulso
Columna
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La muerte en ‘streaming’

Si se puede despedir a un difunto con una sonrisa, ¿por qué hacerlo inundados en llanto?

Maite Nieto
Cementerio Vell, de Poble Nou, en Barcelona.
Cementerio Vell, de Poble Nou, en Barcelona.eduald castells (Getty)

"Polvo eres y en polvo te convertirás”. Actualmente ésa es la única verdad inamovible en el terreno de los ritos funerarios. Próxima la festividad de Todos los Santos, día en el que en España se recuerda a los difuntos, se hace patente el avance imparable de un cambio en ese paisaje teñido en negro de entierros centrados en el duelo y las ceremonias estandarizadas. Si se puede despedir a un muerto con una sonrisa, ¿por qué hacerlo inundados en llanto?

Aunque suene a broma macabra, éste es el filón que han detectado las empresas que se dedican a un negocio que mueve mil millones de euros en servicios al año en el país. Ellas, aplicadas, han hecho sus estudios de mercado. Las conclusiones son claras: adiós a las pompas oscuras; bienvenidos los homenajes a la vida. La transformación pasa por ofertar incluso ceremonias retransmitidas en streaming, que por algo la economía es global y los allegados pueden encontrarse en la otra punta del globo. Gana puntos recordar y emocionarse, y para conseguirlo nada mejor que trajes elaborados a la medida de cada una de las familias que, en el momento de enfrentarse a este trance, eligen cada vez más despedir a su finado con catering, audiovisuales, relatos personales, mensajes colgados online o incluso el Asturias patria querida, como ocurrió recientemente en Valencia durante el funeral de un asturiano.

La brecha religiosa y el laicismo creciente tienen mucho que ver, pero seguramente también la escasa tolerancia a la frustración de una sociedad que se ha educado en las últimas décadas en la cultura del bienestar. Y cómo no, la importación de costumbres extranjeras menos lacerantes en las que es normal organizar un almuerzo –Estados Unidos–, vivir la despedida casi como un carnaval con fuegos artificiales incluidos, como ocurre en algunas localidades de India, o reunirse alrededor de las tumbas cargados de flores, dulces, comidas y globos para pasar un día alegre junto a los difuntos como ocurre en México, donde su festividad del Día de los Muertos ha sido declarada por la Unesco patrimonio cultural inmaterial de la humanidad.

La oportunidad para las grandes compañías, según relatan directivos de Mémora, Funespaña e Interfunerarias, está en estirar el antes y el después, y no tanto en el mismo acto del entierro donde va ganando terreno la cremación frente a la inhumación. Se trata de un momento muy emocional y sensible, en el que opina mucha gente, donde se tiene poca experiencia de compra y escasa información. Mirado así no es muy distinto de una boda y si existe la figura del wedding planning, casi más necesaria resulta la compañía de personal especializado que ayude en todo el proceso de lo que eufemísticamente se denomina el último adiós.

En paralelo se produce otro fenómeno: la creciente autonomía de las personas mayores que, aunque se siguen resistiendo a hablar de la muerte con la familia, sí agradecen hacerlo con profesionales que se ocupen de los pormenores por adelantado. En ese caso, existen servicios contratados en vida –un hecho normalizado en países como Estados Unidos, Reino Unido o Francia– para ayudar a tener listos los papeles importantes, almacenarlos en la nube e incluso enviar un mensaje de correo electrónico a las personas que designe el interesado quien, por supuesto, puede dejar detallado al milímetro cómo quiere que sea su funeral cuando llegue el momento. Así, con ceremonia en directo o en streaming, se puede neutralizar a un familiar rencoroso que decida que suene Bach cuando usted quería despedirse a lo grande con Bob Dylan interpretando Death is not the end. Eso sí, lo que puede empezar costando entre 2.500 y 3.000 euros de media, puede elevarse hasta el infinito… Porque, hasta para morirse, hay clases.

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Sobre la firma

Maite Nieto
Redactora que cubre información en la sección de Sociedad. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS, donde ha sido redactora de información local de Madrid, subjefa en 'El País Semanal' y en la sección de Gente y Estilo donde formó parte del equipo de columnistas. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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