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Columna
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¿A la trena?

Hay una gran división de la opinión sobre el saqueo del dinero con las tarjetas mágicas que utilizaban los consejeros de Caja Madrid

Manuel Rivas

Observo que hay una gran división de la opinión en los lugares públicos sobre el saqueo del dinero con las tarjetas mágicas que utilizaban los consejeros de Caja Madrid. Las voces más moderadas sugieren que los principales implicados deberían estar ya en la cárcel, mientras los más indignados reclaman su inmediato ingreso en la trena. Pero todo este clamor de la multitud suele ser atemperado por los más escépticos, los últimos en hablar, que ponen a pie de página la nota realista en esta España de serie negra: “A mi lo que me preocupa es la suerte del juez. Este hombre acaba en el árbol del ahorcado”. Y todo el mundo se calla porque hay tiempos en que la hipótesis más canalla es la más verosímil. Una posible salida sería tratar el caso como un problema de salud pública. Como una toxicomanía. La adicción de las tarjetas mágicas tiene una gran semejanza con el efecto efusivo, de omnipotencia, que producen algunas sustancias psicoestimulantes. La gran diferencia es que las tarjetas funcionaban. No eran un espejismo efímero. El capitalismo mágico existía de verdad: un cajero incesante, inagotable. Y también existía, al fin, el superhombre. Allí estaba, con su pin mágico, como un apuesto macho de la Escuela de Chicago. Ese es otro detalle: entre los principales saqueadores solo hay una señora. La mayoría de las mujeres que administran no concilian bien con el capitalismo mágico: en lugar de fundir la pasta de los ahorradores en clubes y safaris tienen esa tendencia a preocuparse por el hambre, la enfermedad o la pobreza. No le deseo la chirona a nadie. Sería ejemplar, e incluso mágico, asignar a los saqueadores trabajos comunitarios. A Blesa, la limpieza de letrinas de ancianos estafados por las preferentes. Y a Rato, un seminario sobre el déficit público en el Hospital Carlos III.

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