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Tribuna
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Es la hora de la alianza con Irán

Washington tiene un aliado en la guerra contra el Estado Islámico: Teherán

No hay duda de que los desafíos en curso, tanto los políticos como los relativos a la seguridad, están adquiriendo considerable rapidez y fuerza. En el ámbito del Levante Mediterráneo oriental, los cambios y retos están fluctuando a una velocidad cada vez mayor, provocando con cuestiones clave a muchos analistas y dirigentes políticos sobre cómo competir con diversos grados de territorio ingobernable, terrorismo e insurgencia. 2014 se ha asegurado ser el año de referencia, el que señala que durante el resto de esta década, la violencia y la muerte probablemente imperarán. Es el momento de pensar en cómo tendrá que tratar Estados Unidos con Irán en lugar de seguir con su tira y afloja con Teherán.

Tratar de las amenazas extremistas suníes debería ser la prioridad número uno de la política exterior tanto para Irán como para Occidente, una fuente de intereses comunes que ofrece una sólida oportunidad para el estrechamiento de relaciones entre esas dos civilizaciones. En la región de Oriente Próximo y Norte de África, el surgimiento del Estado Islámico (EI) y sus filiales supone un amenaza para el Irán chií y una peligrosa adversidad para Occidente. Sin duda, Estados Unidos necesita la ayuda de Irán.

De hecho, Teherán viene mostrando su buena disposición a colaborar con Estados Unidos y los países de Occidente desde hace varios meses. En lo que hasta hoy podría ser uno de los más extraños aspectos de ese actual conflicto, hay ahora agentes de Al Quds trabajando sin problemas junto con las Fuerzas Especiales norteamericanas en Kurdistán y los territorios ocupados por el EI, sin molestarse mutuamente y con un objetivo estratégico compartido. 2014 queda ya lejos de 2007, cuando uno de los objetivos primordiales de Irán en Irak era el de desangrar a las fuerzas norteamericanas y asegurar su fracaso estratégico. Por parte de Occidente sería insensato perder esta oportunidad con Irán, que podría ver surgir algunos aspectos positivos del horror del EI.

Con una población mayor que la de Reino Unido o Francia y una mayor influencia en la región, Irán merece ser un pacífico socio de Estados Unidos. Irán es consciente del valor de su posición y trata de encontrar alguna flexibilidad respecto a su programa de enriquecimiento de uranio. Y es que las credenciales anti-extremistas de Irán se han visto reforzadas en gran medida por su participación en operaciones contra el EI, añadiendo así más peso a la idea de que es fiable su permanencia en el marco de la Agencia Internacional de Energía Atómica.

El apoyo de Teherán a El Asad en Siria es una realidad que no
va a cambiar

También la agenda reformista de Hasan Rohaní supone un fuerte impulso para ese retorno de Irán a medio plazo. Como único Estado de la región con un gobierno chií, Irán es la otra parte del rompecabezas del militarmente destructivo EI, aunque restar importancia a su naturaleza sectaria será crucial para evitar asustar a los Estados árabes del Golfo, que hasta el momento han dejado clara esa diferencia al unirse a la coalición anti-Estado Islámico. Como señal de buena fe, Estados Unidos debiera eliminar de su lista oficial de terroristas al antiguo comandante de Al Quds, Qasem Suleimani. Tener a sus fuerzas operando junto a Al Quds mientras se etiqueta negativamente a uno de sus principales integrantes dice poco en favor de Estados Unidos y en nada contribuye a construir alianzas. Por hacer una comparación, Estados Unidos se ofendería muchísimo si Teherán etiquetara como terroristas a los jefes de USCENTCOM o de USSOCOM. Un gesto semejante sería puramente simbólico, pero a continuación se tardaría mucho tiempo en convencer a Teherán de la sinceridad de Estados Unidos en alterar el statu quo.

La caída del precio del petróleo en los dos últimos años ha perjudicado a Irán, lo que, en combinación con las sanciones y unos elevados índices de inflación, ha hecho que sus ingresos basados en el petróleo hayan declinado en casi un 50% desde 2011. Conociendo las realidades económicas con las que convive Irán, Occidente debiera ser lo suficientemente benévolo como para seguir proporcionando aperturas que puedan ser públicamente divulgadas como un esfuerzo conjunto para enfrentarse al EI, aunque de hecho esté tanto, o más, guiado por factores económicos que por la política exterior. Irán ha destinado ya miles de millones de dólares a proyectos de infraestructura, cuyas licitaciones estarán deseosas de conocer muchas compañías occidentales cuando el país acceda al mercado mundial en los próximos años. Tales inyecciones de experiencia y de capital supondrán un cofre del tesoro del siglo XXI para Irán a la hora de explotar sus recursos naturales, y muchas firmas occidentales están anticipando ilusionadamente ese hecho. Irónicamente, Irán se asienta sobre la segunda mayor reserva de gas del mundo y podría ser un medio alternativo de suministro para la Unión Europea, una posición que Occidente podría utilizar para endulzar a Teherán con la promesa de un nuevo mercado al tiempo que se alivia la presión que hace Moscú sobre los suministros de energía a Europa. No obstante, llevado por un insensato moralismo, Occidente también podría convertir eso en un juego de suma cero, en el que la posibilidad de acercamiento se vea postergada otros quince años.

En los meses recientes, Irán se ha esforzado en rehabilitar la imagen de Bachar el Asad, centrando la atención de la comunidad internacional sobre sus mutuos intereses y amenazas. Estados Unidos ha manifestado categóricamente que no entablará un diálogo con El Asad y se ha comprometido a hacer que abandone su liderazgo; en la actual coyuntura, tal posicionamiento moralizador es insostenible y opera en contra del propio interés estadounidense por derrotar al EI y sus filiales. El apoyo continuado de Teherán a El Asad en Siria es una realidad que no va a cambiar, una realidad que Estados Unidos tiene que asumir. Estados Unidos no puede permitirse afrontar las consecuencias de la caída del régimen alauita de El Asad, ese acontecimiento desestabilizará aún más al Levante Mediterráneo y no hay en su lugar un sucesor aceptable.

Las diferencias en la concepción del mundo y sus respectivas prioridades hacen improbable una amistad a gran escala entre Estados Unidos e Irán. Sin embargo, los intereses de una política exterior compartida pueden significar que esas civilizaciones debieran trabajar conjuntamente siempre que sea posible en lugar de ponerse obstáculos mutuamente a cada instante. Occidente cuenta con diversos medios para inducir una deseada respuesta por parte de Irán, pero recompensar a este por tomar buenas decisiones es un ejercicio de fomento de confianza que resultará de más utilidad a largo plazo. Esa tarea debería comenzar por permitir a Irán seguir construyendo centrifugadoras, por levantarle las sanciones (y permitirle así un pleno acceso al mercado mundial) y por eliminar a figuras prominentes de las listas de terroristas peligrosos, a cambio de un mayor apoyo para combatir al EI y con el acuerdo de que someta a otros grupos a los que suministra armas, entre ellos a El Asad y a Hezbolá. Está claro que Irán debiera ser un socio de Estados Unidos durante estos tiempos insólitos.

Theodore Karasik es asesor del Russian Business Council en Emiratos Árabes Unidos y Richard J. C. Galustian es director general de Gemini Consultants.

Traducción de Juan Ramón Azaola.

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