_
_
_
_
CORREO

Jóvenes sin móvil

"¿Será que en esta época ya no disfrutamos los simples placeres de la vida? Como leer un libro, o disfrutar de un día en la playa"

Carta de la semana: Jóvenes sin móvil

Al finalizar el artículo Pegados a la pantalla publicado en El País Semanal del 21 de septiembre de 2014, me percaté de la realidad en la que vivimos la mayoría de los jóvenes (me incluyo en este comentario); estamos todo el día ensimismados en nuestro celular, hasta llegar al grado en el que necesitamos una aplicación creada por el mismo teléfono para dejar de usarlo. ¿Será que los jóvenes de esta época ya no disfrutamos los simples placeres de la vida? Placeres como leer un libro sin necesidad de estar viendo el móvil cada dos minutos, o disfrutar de un día en la playa, del parque, de una reunión con amigos, hasta de ir a un bar sin la necesidad de tomarnos una foto para subirla a nuestro perfil reportando lo bien que nos lo estamos pasando o el hecho de que estamos haciendo algo diferente. Creo que, lejos de que necesitemos una aplicación que nos diga cuándo dejar el teléfono, necesitamos volver a empaparnos de esa cultura antigua en la que los celulares estaban en segundo plano, y el hecho de leer un libro, ir a una obra de teatro, disfrutar una comida… significaba un placer superior en el que la persona o personas que estuvieran realizándolo lo aprovechaban al máximo, ya que estaban realmente ahí, presentes en ese lugar y no semipresentes tratando de capturar un momento en una foto, sino capturándolo en la memoria, donde los recuerdos se conservan con más fervor que en cualquier dispositivo electrónico.

Constanza Lara Butler. México DF

Las bases científicas de Verne

En el número de El País Semanal del 14 de septiembre de 2014 se recoge un artículo de Juan José Millás acerca de Julio Verne, abundando en el tópico del escritor visionario y profeta, que “anticipó los viajes espaciales, el submarino, el helicóptero…”.

Es este un lugar común que me ha sido siempre particu­larmente antipático, y gustándome como me suelen gustar los escritos de Millás, tengo que disentir de este: habiendo leído en mi adolescencia no todos, pero sí bastantes libros suyos, considero que Verne imaginó algunos avances, es cierto, pero sin pasar de lo que era: un novelista imaginativo y que escribió algunos libros notables y muy entretenidos. Sin embargo, las bases científicas en las que se apoyaba eran de lo más endeble: sus viajeros a la Luna son enviados allí de un cañonazo, metidos en el proyectil, y si vuelven es por simple casualidad. Y para qué ocuparse de futesas como el suministro de oxígeno, la gravedad cero o los efectos sobre el organismo al ser lanzados en un obús. Si salieron vivos es porque era una novela.

En cuanto al Nautilus, si realmente se construyese uno tal como el que Verne describió, no navegaría ni hasta la salida del astillero; los detalles técnicos que da Verne sobre su construcción no son sino puro disparate, tan imaginarios como los monstruos marinos que encuentran en su navegación.

En resumen: Verne imaginó que algún día el hombre iría a la Luna o navegaría bajo el mar, cosas que antes que él imaginaron muchos, pero los vehículos y máquinas que soñó, los medios por los que la humanidad llegó a esos logros, nada tienen que ver con los que han hecho realidad tales sueños. Por tanto, de visionario, poco, y de profeta, menos. Compañero de los anónimos fabulistas árabes que llenaron de fantasías las páginas de Las mil y una noches, eso como mucho.

Carlos Alonso Cladera. Palma de Mallorca

Guarrería en Valencia

He leído el artículo Guarrería, de Javier Marías, en El País Semanal del 21 de septiembre y felicito a su autor por tener la valentía de expresar opiniones, fáciles de contrastar por otra parte, sobre la vergüenza de regresar a la sucia ciudad donde uno vive. Disiento, sin embargo, de su afirmación de que Madrid sea la ciudad más guarra de Europa. Reclamo ese privilegio para Valencia, aun reconociendo que para un valenciano que no sale nunca de su ciudad esta afirmación puede sonarle a insulto. Sin embargo, es un hecho que la ciudad huele a pipí descompuesto, los contenedores de basura muestran saqueos permanentes, las aceras parecen recién atravesadas por carros y las emanaciones del alcantarillado son tan manifiestas que afectan hasta a cercanos restaurantes que han de invertir a título particular en aislarse.

Todo esto tiene sus causas, ciertamente, aunque el denominador común oficial es que no llueve. Pero de nubes para abajo resulta que tras la larga fiesta de las Fallas, en marzo, la obstrucción de la ciudad y el mayor consumo de cervezas obligan a la conversión de las calles en mingitorios que no se asean, la crisis empuja a la rebusca de contenedores que no se vigilan, y los recortes dividen dramáticamente la frecuencia de barridos e imposibilitan el consumo de agua. Nadie se responsabiliza; como en Madrid, los gerifaltes del Ayuntamiento van en coche a todas partes, la culpa no es de nadie, y la ciudad se deteriora a la misma velocidad que los carísimos edificios colocados en línea del muestrario de Calatrava.

Antonio Santos. Valencia

Gijón espléndida

Me ha leído el pensamiento y comparto su indignación, señor Marías. Pago mis impuestos municipales en Gijón y Madrid y, a diferencia de la capital, Gijón luce espléndida: los bancos salpican las aceras cada tres metros; las farolas no sólo dan luz a la bahía, también alumbran por decenas los barrios de la periferia; los barrenderos se afanan cada día en barrer y baldear las calles –y eso teniendo a la meteorología de su parte–; las esculturas, algunas de vidrio, se erigen impolutas lejos de los gamberros. Madrid, sin embargo, aparece sucia, maloliente, degradada, y es triste ver en qué se ha convertido la capital, otrora espléndida y culta.

Señora Botella, la invito a tomar un relaxing coffee en la Plaza Mayor de Gijón, lejos del hedor y suciedad de mi otra Plaza Mayor, la de la capital. A Madrid la salvamos los madrileños de la desidia de los políticos.

Concha Porres. Madrid

Suciedad en los barrios

El señor Marías tiene el don de escribir cosas que todos pensamos, que todos hubiésemos deseado decir, pero no sabemos expresar con esa maestría. En su artículo sobre la suciedad en Madrid ha vuelto a acertar. La capital es una ciudad muy sucia. Si él se queja del centro, debería pasar por los barrios, donde la situación es mucho peor: a la falta de servicios se une la publicidad que dejan en los parabrisas y que acaba en el suelo. Te encuentras de todo, desde botes de bebidas, compresas, folletos de hipermercados y hasta revistas deshojadas. En definitiva, si una ciudad no se limpia, y a esto se suma que sus ciudadanos son unos gorrinos, el resultado es Madrid. Tiene toda la razón cuando afirma que no tirarías un papel al suelo si lo vieras inmaculado, pero como este no es el caso, aquí vale todo. Y ya que habla de la falta de árboles, no puedo dejar de mencionar la plaga que sufre una especie (no sé si son acacias, perdonen mi ignorancia) atacada por un parásito que agujerea sus hojas hasta dejarlas casi transparentes, luego se vuelven ocres y supongo que al final acabarán por caer, con la consiguiente muerte del árbol, pero al Ayuntamiento no le importa. Muchas gracias, señor Marías, ojalá hubiera muchos intelectuales como usted.

Juan José Sánchez Tirado. Correo electrónico

La culpa de los políticos

A propósito del artículo de Javier Cercas en la edición de El País Semanal del domingo 31 de agosto, en el que habla de los culpables de todo, me mueve el deseo de compartir mi pensamiento sobre el papel que a menudo desempeñan muchos de nuestros líderes políticos.

Pienso que la culpa es una especie de bola de fuego que de mano en mano se van pasando nuestros propios líderes, al tiempo que se sacuden las manos poniendo cara de yo no fui. Sin duda, todo este efecto es generado a propósito por nuestros propios Gobiernos, ya que desde siempre la culpa frente al culpabilizado ha sido el combustible que pone en marcha este tétrico teatro en el que estamos forzosamente invitados.

Toda esta actuación, en la que vemos a frágiles líderes señalándose unos a otros sin llegar a ninguna solución, nos condiciona en nuestro modo de vida. Con la culpa se convierte la paz en miedo, el miedo en guerra, la guerra en beneficios económicos para el interventor, y genera la miseria para los menos culpables.

Michael Moya. Correo electrónico

La orilla de Paco Roca

Bajo el título La otra orilla (El País Semanal del 14 de septiembre), Paco Roca, a través de sus inteligentes viñetas, relata, creo, una metáfora sobre la felicidad. Más concretamente sobre lo inalcanzable de la misma en una lucha titánica y similar a la que podría sostener ilusamente un marino en alta mar por llegar al horizonte. Sin embargo, y a pesar del importante grado de plausibilidad que contiene la exposición del dibujante Roca, no deja de ser curioso e incluso inquietante, en términos lógicos o racionales, ver cómo el humano no sólo no renuncia a alcanzar dicho estado, sino que se convierte en el leitmotiv de su actuación en la vida.

Hay filosofías y religiones que sostienen que la felicidad sólo es alcanzable renunciando previamente a ella, un argumento cabalístico difícil de comprender por la mentalidad pragmática de Occidente. Otros piensan que, aunque no se debe renunciar de antemano a ella, tampoco hay que obsesionarse por alcanzarla, a lo sumo buscar su compañía, aunque sea a ratos y esporádicamente en este paréntesis entre dos nadas que es la vida.

Horacio Torvisco. Alcobendas (Madrid)

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_