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Hasta luego, ICON

Eugenia de la Torriente

Los periodistas solemos responder bastante mal a las mismas preguntas que una y otra vez formulamos a otros. A menudo interrogamos sobre cuestiones que nosotros no sabríamos resolver. Es una idea que en varias ocasiones me ha asaltado cuando hurgaba en una entrevista buscando un titular efectista y me encontraba refunfuñando por la falta de ingenio del pobre entrevistado. Yo, me veo forzada a admitir, no hubiera sido capaz de hacerlo mejor. Una pregunta que a menudo me han hecho es quién es para mí un icono de la elegancia masculina. Suelo murmurar alguna obviedad para escapar del cerco, porque realmente no sé cómo responder a eso. Hay un componente de emoción en la identificación de un modelo y en la selección de un icono. Algo de lo que para mí carecen por completo esas frías fotografías de actores de ayer y de hoy a las que, sin embargo, reconozco un innegable valor estético. Para mí, la verdadera elegancia es más un sentimiento de profundo respeto, una oleada de admiración, y no solamente una imagen más o menos bella.

Para mí, la verdadera elegancia es más un sentimiento de profundo respeto, una oleada de admiración, y no solamente una imagen más o menos bella

En realidad, todo esto lo expresó mucho mejor José Ortega y Gasset en 1928. “La elegancia es una sutil calidad, gracia, virtud o valor que puede residir en cosas de la más variada condición. En la matemática hay soluciones elegantes, y en la literatura elegantes expresiones. Pueden ser elegantes ciertos utensilios y manufacturas humanas (...). Pero también son elegantes ciertas cosas de la naturaleza, el perfil de una serranía, el álamo en forma de huso (...). El hombre puede poseer la elegancia en la figura de su cuerpo, pero también en su alma o modo de ser; y hay gestos elegantes y hay acciones que lo son, puesto que existe una elegancia moral que no es igual a la simple bondad u honestidad. En fin, hasta hay sentimientos elegantes”.

Tal vez por eso cuando pienso en iconos de elegancia, aparecen ante mí figuras muy familiares. Está mi padre, que me enseñó el valor de la integridad y el trabajo. También mi mejor amigo, padrino de mi boda y también de mi hija, a quien le confiaría la vida de esta sin pestañear. O mi marido y sus inquebrantables lealtades. Es la elegancia moral de los hombres de mi vida la que primero acude a mi mente cuando alguien me pregunta por iconos. Pero es una respuesta demasiado personal y complicada para darla en cualquier lugar que no sea este, la columna con la que me despido de esta revista. Que me parece tan elegante por sus imágenes como por sus ideas. Por sus páginas como por sus personas. Hasta luego, ICON.

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