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La gran familia de la música española

Reunimos a destacados músicos para celebrar medio siglo de éxitos. Junto a otros protagonizan una nueva colección de El País

Diego A. Manrique

Efectivamente, lo de “la gran familia” es más que un clisé. Desde luego, no se trata de una pulsión gremial: pocas ramas del arte menos inclinadas a la unión sindical que la de los músicos. Pero rockeros o copleras, celtas o heavies, todos comparten la sensación instintiva de que navegan en el mismo barco y eso ya es suficiente para romper barreras.

Se trata de una hermandad que supera colores políticos. Cantautores perseguidos por el franquismo pueden ironizar sobre los manierismos del vocalista favorito de Carmen Polo, pero cuando llega la hora del homenaje colectivo allí están, entregados y cariñosos. La solidaridad borra fronteras ideológicas. Víctor Manuel suele recordar que cuando Ana Belén y él eran unos apestados, a cuenta de un espectáculo presentado en México, Julio Iglesias se presentó ante las autoridades competentes para certificar, como espectador, que allí no hubo ofensa a la bandera ni nada similar.

Supongo que también influye la curiosidad. Un servidor pudo observarlo en los ochenta, cuando participaba en el programa de Radio 3 llamado Diario Pop. Como se emitía de noche, las entrevistas se grababan por la tarde en Prado del Rey. Aunque ha pasado a la historia como una plataforma de la movida, era ecléctico: coincidían en el estudio artistas muy, muy diversos. Para mi pasmo, el instrumentista exquisito se ofrecía a llevar de vuelta a Madrid al grupo más punkarra de Santurce. Más adelante, me lo explicó: “Es que quería prolongar la conversación con ellos”.

Amaral con Ariel Rot.
Amaral con Ariel Rot.Sergi Pons

En realidad, ni siquiera necesitan que medie una presentación. Lo he advertido en entregas de premios y actos sociales: músicos y cantantes parecen provistos de una antena especial para detectarse en salas abarrotadas. Aunque no se conozcan previamente, inmediatamente se acercan, se saludan y terminan formando piña. La tendencia a agruparse viene de penalidades compartidas. En el ADN del músico español está el recuerdo de añejas humillaciones. Y no hablo de la España profunda y el grito de “los músicos, al pilón”. Para trabajar, el franquismo requería la obtención de un carnet profesional emitido por el Sindicato Vertical. Si no sabían leer partituras, como ocurría con la mayoría de los integrantes de los grupos llamados yeyés, el examen solía ser vejatorio: eran denominados “los silbadores”.

TVE también manifestó espasmos antimusicales. En los primeros setenta se prohibió que actuaran artistas con melenas (posiblemente, resultado de la indignación del almirante Carrero Blanco ante lo que consideraba “la feminización” de la juventud española). Como solución de compromiso, se aceptó que las cabelleras se disimularan con una cinta: las coletas sí eran aceptables.

Con todo, esas anécdotas se evocan con humor negro. La paradoja reside en que, durante el final de la antipática dictadura, con una televisión gubernamental limitada a dos canales, había más programas musicales que en la actualidad, con la multiplicación de televisiones de alcance nacional. La música pop ahora solo existe si se disfraza de concurso (y olvídense de los programas especializados). Signo de los tiempos.

No obstante, una constante del pop español ha sido la tenacidad para abrirse camino. Parece cosa de magia que, a comienzos de los sesenta, de la nada surgieran miles de conjuntos en un país que acababa de sufrir las carencias de la autarquía: de alguna manera, se buscaron instrumentos y se creó un circuito –salas de fiestas recicladas en discotecas– que permitió la multiplicación de aquellas formaciones.

Leiva y Manolo García en la sesión.
Leiva y Manolo García en la sesión.Sergi Pons

Todavía no somos conscientes de la variedad de propuestas de los años sesenta y primeros setenta, alentada por la urgencia de expresarse y adquirir una identidad. Gracias a las reediciones del sello Munster, hemos descubierto la pasión hispana por el soul –con Los Canarios como grupo estelar– o el filón del rock de garaje, con los barceloneses Salvajes como banda emblemática. Y queda por explorar la cantera del rock instrumental: Los Pekenikes y Los Relámpagos representan la proverbial punta del iceberg.

El acelerón fue impresionante. En los inicios se veían con prevención aquellas guitarras eléctricas. Pero, antes de que terminara la década, Los Bravos o Miguel Ríos habían firmado discos que fueron éxito en todo el planeta. Algo tuvo que ver el detalle de que detrás estaban productores de origen foráneo: Alain Milhaud y Rafael Trabucchelli.

La apertura de España al turismo internacional y el surgimiento de la juventud como sector consumidor, con la consiguiente demanda de música pop, atrajeron a España a todo tipo de artistas, desde Georgie Dann a Phil Trim. Es lo que el estudioso Àlex Oró ha bautizado como la Legión Extranjera, inmigración con un saldo más que positivo. A mediados de los setenta, huyendo de la barbarie militar argentina, aparecieron los imberbes chicos de Tequila (Ariel Rot, Alejo Stivel) y el veterano Moris: demostraron que urgía recuperar el castellano para el rock y usarlo para describir la realidad circundante.

En 1990, de la mano precisamente de Ariel Rot, arribaría una dínamo porteña Andrés Calamaro, cuyo carácter torrencial puso el listón muy alto para sus colegas españoles. En años posteriores, nos hemos beneficiado de la presencia de polivalentes músicos cubanos, que han desempeñado funciones esenciales en el flamenco, el jazz y el pop. Sin olvidar el fenómeno del mestizaje, cuya encarnación enjuta es Manu Chao, parisiense pero trasplantado a Barcelona desde los noventa.

El puente aéreo entre el Viejo y el Nuevo Continente ha servido igualmente para que los artistas españoles, en certeras palabras de Joaquín Sabina, “se quitaran la boina”. Siempre hubo mercado en América para la música española, pero a finales de los sesenta desembarcaron unos arrolladores baladistas –Camilo Sesto, Nino Bravo–, que procedían frecuentemente de conjuntos. Siguieron los cantautores, obligados por sus encontronazos con el franquismo, que hallaron allí un público cómplice; esa fusión de afectos explica el estatus divino alcanzado allí por Joan Manuel Serrat y Sabina.

Rosario y Alaska.
Rosario y Alaska.Sergi Pons

Todos los artistas españoles han probado la aventura americana. Pero, como aprendieron Héroes del Silencio, hacer visitas ocasionales no equivalía a “conquistar” (ah, palabra errónea) nuevos mercados. Se trataba, en la jerga de aquellas tierras, de “picar piedra”, empezar desde abajo y con toda la humildad. Los más abiertos advirtieron enseguida que aquello revitalizaba sus planteamientos, vitales y estéticos, lo que explica que Enrique Bunbury, antiguo vocalista de Héroes, tenga ahora su base en California.

El caso Bunbury pone en solfa otro mito persistente sobre el pop español: que su manifestación principal es el grupo, lo que condena a la irrelevancia a los integrantes que luego intentan lanzarse como solistas. Cuesta elaborar un nuevo perfil, pero no es imposible. Lo demuestra Manolo García, que mantiene una política de lealtad insobornable hacia su música: de pleno acuerdo con su excompañero, Quimi Portet, jamás ha permitido que se editen recopilaciones con el material grabado por El Último de la Fila, bajo la teoría de que eso supone despiezar unos elepés que deben apreciarse en su integridad. Una opción que, internacionalmente, solo defienden irreductibles tipo Neil Young o Tom Waits.

Manolo García también es paradigma de inquietud sonora: cada tres años, viaja a grabar en otros países, donde colabora con músicos de sesión locales. La vocación atlantista también ha definido la trayectoria de Juan Perro, conocido como Santiago Auserón en los tiempos de Radio Futura. Que conste que no es preciso tener un pasaporte lleno de sellos fronterizos para sobrevivir musicalmente: el muy prudente Rosendo vuela poco, pero sus enseñanzas, con y sin Leño, están en los cimientos del vigoroso rock urbano que abarca desde los desaparecidos Barricada a los muy vivos Extremoduro. Aquí debemos aludir a las “escenas” cerradas sobre sí mismas. Está el heavy metal, justamente quejoso de la parcialidad de los medios hacia el pop, pero que sabe buscarse la vida, incluso haciendo las Américas. Más extraño es que del hip-hop nacional no hayan salido figuras con gancho generalista, como vemos en el resto del mundo; una consecuencia de la preferencia musical por la línea más áspera y de cierta propensión al ombliguismo. Y demos un margen a Mala Rodríguez, tan underground y tan desconfiada que parece resistirse a dar el salto adelante.

En general, sin embargo, podríamos afirmar que la música española ha ido despojándose de prejuicios a partir de los noventa. En 1989, una noche se juntaron Radio Futura y El Último de la Fila bajo el nombre de Los Peatones: una de las piezas que interpretaron fue La noche del hawaiano, un entonces insólito saludo a Peret y la rumba catalana, música tan ubicua como infravalorada. Más adelante, la rumba –en sus vertientes catalana y madrileña– formaría parte del arsenal de grupos y solistas del pop, aprovechando la ruta abierta por Gato Pérez, Calamaro y Manu Chao, orejas frescas que supieron reconocer sus posibilidades. Diez años después del relámpago de Los Peatones, unos hermanos payos procedentes del extrarradio de Barcelona tomaban los hallazgos de la rumba para construir el triunfal repertorio de Estopa.

Antonio Carmona y Coque Malla.
Antonio Carmona y Coque Malla.Sergi Pons

En los ochenta se produjo una insurrección en un territorio tan regulado y jerarquizado como es el flamenco. Descendientes de estirpes respetadas, los fundadores de grupos como Ketama o La Barbería del Sur, decidieron ampliar su vocabulario musical para consternación de unos padres que habían sudado la camisa en el limbo de los tablaos. Felizmente, contaban con la benevolencia de un disquero visionario, Mario Pacheco, lo bastante elegante para ceder sus artistas a multinacionales cuando estos ansiaban dar el salto al gran público (y generoso para reacoger a los que se estrellaron). Para calibrar la labor de Nuevos Medios, comparen el impacto del nuevo flamenco con el pinchazo de anteriores fogonazos sevillanos, del calibre de Smash, Veneno o La leyenda del tiempo; solo el grupo Triana logró implantarse.

Reventó una agría polémica con el muy conservador establishment del flamenco, que avisaba del peligro de dilución de las esencias. Con el tiempo, algunos de los iniciales defensores de los jóvenes flamencos –el término preferido por Pacheco– hemos terminado aceptando que había sabiduría en la oposición de los flamencólogos cascarrabias: pretendían parar el reloj de la historia, pero sus peores pronósticos se confirmaron. La atracción calé por la salsa o la música brasileña degeneró en ese equivalente de la fast food denominado flamenquito, tan popular como banal.

Realización: Nieves García. Maquillaje: Ricardo Calero (Talents) para Chanel y Ana Pajares (Talents) para MAC. Peluquería: Ricardo Calero y Ana Pajares (Talents) para Bumble & Bumble. Ayudantes de maquillaje y peluquería: Vanesa M. Suárez (N. Y. C.). Ayudantes de estilismo: Carlota Conde y María Johansson.Asistente digital: Luca. Asistente de iluminación: Pablo Mingo. Atrezo: Amaya de Toledo.

El antídoto lo trajo un cantaor granadino, Enrique Morente; aunque ya había experimentado con los acompañamientos eléctricos, proporcionó un colosal impulso al flamenco con Omega (1996), disco de cocción lenta que emparejó a Federico García Lorca y Leonard Cohen en una fragua donde martillearon los mejores tocaores y el grupo de rock Lagartija Nick. Su inesperada desaparición, con 67 años, supuso una tragedia y una frustración inmensas: dejó docenas de proyectos sin acabar. Puede que, técnicamente, Morente nunca consiguiera un hit. Pero ofrecía valiosas pautas de autoexigencia y de emancipación. Aunque finalmente resultara incompatible con su espíritu bohemio, montó un sello independiente, significativamente llamado Discos Probeticos (diminutivo de “pobres”). Estaba intuyendo el presente, con una industria musical desarbolada por los hábitos de consumo dominantes –léase “escuchar sin pagar”–.

El mercado del directo también se ha visto estrangulado por la crisis económica, empeorada por ese IVA del 21%. Obligatoriamente, buena parte de los artistas españoles son ahora independientes como táctica de supervivencia. Y aun así, ninguno cambiaría su oficio por otro mejor remunerado. No se me ocurre una profesión artística que permita tal difusión inmediata y universal de los frutos de la imaginación, que facilite el contacto regular entre creadores y seguidores, que se divierta (y aguante) tanto. Vean las fotos que ilustran este reportaje: se percibe más de una batalla por lograr la imagen soñada, pero, con todo, reina la satisfacción personal. Como afirmaba una discográfica de los sesenta, están “felices de ser parte de la industria de la felicidad humana”.

Carl Perkins, cien zapatos y un sofá Chester

Patricia Peiró

Un aplauso cerró dos días de rock, pop, copla y flamenco fotográficos. Como el final de un buen concierto. Pero no fue el público quien batió palmas sino los artistas agolpados frente a la pantalla del ordenador del fotógrafo Sergi Pons. Alaska, Rosario, Antonio Carmona y Coque Malla fueron los últimos en aparecer en un estudio de Madrid por el que durante dos días pasaron los autores de la banda sonora del último medio siglo de España. Como en todo buen concierto hubo un bis. “¿Oigo aplausos? Que no hemos acabado…”.

Marta Sánchez, melena rubia al viento, inauguró la ronda. “¡Esto no va a ser llegar y besar el santo!”, advirtió. Por eso abrió su maleta e invitó a leer la Biblia mientras a ella la dejaban guapa. Sergio Dalma, puntualísimo, aguardó en los alrededores del estudio pacientemente. Las instantáneas comenzaban a aparecer en la pantalla del ordenador. Manolo García llegó morenito y le tocó esperar: media hora a Leiva y una a Loquillo. “No pasa nada, yo estoy nervioso cuando soy yo el que hace esperar”. Mientras tanto, las estilistas le daban los últimos planchazos a su camisa negra. Llegó Leiva y comenzó su ronda de disparos. El fotógrafo tuvo que interrumpir la conversación de estos dos hombres de negro varias veces. “Tienes que darle un plus al que se encarga de tu papelería porque el pueblo en el que he estado de vacaciones estaba inundado con tu cara”, le comentaba Manolo.

“¡Viene Loquillo!”, se escuchó desde el fondo del pasillo. Una sombra de casi dos metros se adivinaba en la puerta. Primero abrazos a Manolo y Leiva. Maquillaje claro y ojos negros. Y al lío. Al Loco no le gustaba el sofá de atrezo (estilo Chester).

Érase una vez un hombre tranquilo pegado a los auriculares de su teléfono… Ese es Sergi Pons. Él trabaja ajeno a la decena de smartphones que pululaban a su alrededor.

El hilo musical lo marcaba el Spotify de Sergi. De Diego Carrasco a Carl Perkins. Y llegó el último turno del lunes. Ariel Rot comentó que aún estaba haciéndose a su nuevo corte de pelo. Alejo Stivel preguntaba muy cortésmente si estábamos listos para empezar. Juan Aguirre (Amaral) se sentó con los Vetusta. Una confesión de última hora: “A nosotros nos gusta mucho el acento de Zaragoza, a veces lo forzamos y todo”. Tras esta sesión se puede dar fe de que los músicos españoles gastan educación y paciencia. Aquel día había fútbol y algunos, como Ariel, querían verlo. La que más tuvo que trabajar fue Eva Amaral. Clic. Eva ponte de pie. Clic. Eva una de perfil.

Dover, los más puntuales en el segundo día. “El bajista no va a poder venir”, anunciaban. “¡Baja del bajista!”, bromeó Sergi. Ramón Arcusa, el 50% del Dúo Dinámico enseguida empezó a charlar con Amparo, de Dover. Martirio se lio un cigarrillo y se plantó la peineta. Como las imágenes no son perfumadas, dejaremos constancia por escrito de que da gusto que Martirio pase por tu lado y te invada con su aroma. Al principio hubo miradas de extrañeza en este mix. Pero la miscelánea funcionó.

Rosario y Carmona convirtieron la sesión en una fiesta con su palmeo, y Alaska y Coque entraban al trapo. Él recordó a Antonio un concierto en la sala Jácara, en el que el ex de Ketama gritaba: “¡Somos lo mejor de Madrid!”, y Coque se entusiasmaba con el público. Alaska solo necesitó un poco de alisado de pelo. Rosario se miró al espejo, se atusó su melena y dijo: “Así va bien”.

Cincuenta pares de zapatos, una treintena de cajas de ropa y 300 E-mails para coordinar los acordes de esta melodía que reunió a los artistas cuya música nos ha acompañado en algún momento de nuestras vidas. Y como fin de fiesta, el fotógrafo Paco Navarro inmortalizó una colosal reunión de amigos que celebraron con un gran recital en Asturias los cincuenta años de carrera musical de Víctor Manuel. Allí estuvieron Serrat, Miguel Ríos, Rosendo…

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