Abstemios a la fuerza
El consumo de alcohol desciende drásticamente en Marruecos

El consumo de alcohol tiene, desde el comienzo de la historia, un carácter ambivalente. Es como una fina línea en la que es difícil delimitar dónde acaba el placer y dónde comienza el perjuicio. Una vieja discusión, porque el alcohol existe en todas las culturas de todas las épocas. En algunas tiene incluso un contexto religioso, como el dios Baco de los romanos o el vino de la misa católica. En un tiempo en el que los dioses han bajado del Olimpo y se han instalado en la Bolsa se añade además el componente económico.
El alcohol es una industria que mueve miles de millones de euros de los que se benefician los Estados, que con una mano recomiendan no beber para proteger la salud y elaboran restrictivas legislaciones mientras que con la otra se embolsan jugosos impuestos. Entre unas cosas y otras, cuando un país de tamaño mediano revela que en seis meses su población ha rebajado su consumo de alcohol en nada menos que el 18% es síntoma de que algo está pasando en esa sociedad.
Las estadísticas revelan que el consumo de alcohol se ha desplomado en una proporción histórica en Marruecos, país de religión musulmana, caracterizado por su estabilidad y por haber logrado contener la marea de radicalismo que sufren muchos otros. Pero la razón de esta notable desafección al vino y la cerveza no está en un súbito interés de los marroquíes por una vida más saludable, sino en la decisión de la principal cadena de supermercados de dejar de vender alcohol, fruto de la presión directa de las autoridades islamistas en el Gobierno. Anteriormente otra gran cadena ya había dejado de hacerlo, esta vez por decisión de la propietaria, una multinacional saudí. Las fuertes subidas de impuestos sobre el alcohol juegan también su papel.
No se trata de entrar en la libertad de cada uno para beber o no, o para cumplir los preceptos religiosos que cada quién considere oportuno. Tampoco es el primer o el único país en el que ocurre esto. Pero hay que tener cuidado con los pasos atrás que se dan. Marruecos es un país abierto en el que conviven sin problemas ciudadanos de distintas confesiones. Imponer a todos las reglas de unos se aleja de la senda reformista en la que, con éxito, se encuentra nuestro vecino.
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