Criaturas rapaces
Dos empleados del zoo han estafado más de un millón de euros de la recaudación de las entradas; un mal ejemplo para los animales enjaulados
Diego y Juan José, dos empleados del Zoo Aquarium de Madrid, están detenidos por estafar más de un millón de euros embolsándose el precio de las entradas. Como en el caso de los manipuladores de cuentakilómetros, estamos ante un timo de menor cuantía, ideal para los tiempos de recesión, que exige poca inversión en inmovilizado (apenas el alquiler de un datáfono), decisión y organización laboral (uno de los estafadores era taquillero y cubría la sustracción en metálico y plástica; el otro, informático, manipulaba los códigos de control de las entradas cuyo importe se sisaba). También se requiere disciplina para controlar la avidez; saqueaban poco a poco, para que no se notara el expolio. Pero el crimen nunca paga. Por muy comedido que sea el timador, siempre hay un flanco débil por el que irrumpe su desgracia. En este caso, um empleado descubrió el fraude a cámara lenta —aunque un millón de euros, sin alcanzar los niveles de una comisión por la compraventa de un futbolista, no es una cantidad despreciable— y lo denunció (anónimamente) a la empresa y a la policía. A veces no se sabe como acertar, si restringiendo el perímetro humano del robo a muy pocas personas —un apaño entre dos— o ampliando el equipo delictivo para pagar los gajes y prevenir delaciones.
A efectos sociológicos convendría precisar en qué momento se pusieron de acuerdo Diego y Juan José para expoliar al zoológico. No es lo mismo que la sangría de entradas comenzara en enero de este año, como sostienen los detenidos, a que lo hiciera un año antes, en 2013, cuando la recesión devastaba las rentas de los españoles. Con la recuperación en ciernes (versión del Gobierno), el delito tiene menos excusa. Quizá tengan razón quienes opinan que los delitos, sobre todo los económicos, son cuestión de oportunidad y no de necesidad; y los hombres son criaturas rapaces en busca de una oportunidad.
Los grandes olvidados de este caso son los animales. Todos los días del año tienen que sufrir la observación impertinente de seres extraños desde el otro lado de la reja, que les apedreen con comida basura —con lo bien que saben la carne y los vegetales frescos— o que les citen con voces y ademanes extemporáneos. Ahora, además, quedan abochornados por el mal ejemplo de algunas conductas humanas.
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