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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Paciencia hasta 2018

Las opciones futuras de la selección española son elevadas si mantiene el estilo, acierta a renovar el equipo y tiene paciencia para que madure

MARCOS BALFAGÓN

Alemania ha ganado el Mundial de fútbol de Brasil tal como querían los que no soportan a Scolari. Empezamos por temer la elevada mortalidad de los equipos europeos en las eliminatorias y al final ha ganado un equipo europeo por primera vez en un campeonato americano. Un Mundial se define por sus imágenes. Este fue el campeonato del mordisco de Luis Suárez a Chiellini, el mufa de Grondona y la peineta de Maradona (exquisitos modales los de ambos, vive Dios), el súbito colapso de España, los aspavientos de mal perdedor (quizá juegue en una mala selección) de Cristiano Ronaldo, los billetes contantes y sonantes de Ghana (el fútbol real es así de descarnado), el 7-1 de Alemania a Brasil que ha dejado a la canarinha en coma, la hiriente teatralidad de Robben (cada vez que le derriban, este hombre compone un retablo doloroso de Berruguete o reproduce El grito de Munch), la inundación de lágrimas de aficiones y jugadores, los abucheos a la presidenta Rousseff, la ratificación de que Alemania dominará el fútbol durante los próximos dos años, el spray (parecía que los árbitros iban a afeitar el césped) y la cara de estupor de Leo Messi tras la derrota de Argentina en la final. No entiende La Pulga por qué ya no es el genio de la lámpara y se teme que ya no ganará un Mundial.

Por lo demás, ha sido un buen Mundial. Lo dicen las estadísticas —2,67 goles de media por partido, aunque la defensa de Brasil ha contribuido lo suyo— y la irrupción de equipos prometedores (Colombia, Bélgica) si mantienen el rigor técnico y táctico. Alemania lo ha jugado tal como jugó el de Sudáfrica, aunque con más aplomo. Las opciones futuras de España son elevadas si mantiene el estilo, acierta a renovar el equipo y tiene paciencia para que madure. La paciencia es un activo escaso en el mercado del fútbol; pero rinde plusvalías, como ha demostrado Alemania.

Brasil deja dos secuelas. Una es la lujuria de los fichajes millonarios, comisiones y pagos bajo cuerda; otra, el debate para desocupados sobre si la Alemania de Löw es un injerto del ingenio español en la apisonadora del Bayern. Por más que se enrede la retórica sobre híbridos y esquejes, la distancia entre Xavi o Iniesta y Kroos o Schweinsteiger es insalvable por el momento.

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