Los pies contra el asfalto
Correr con zapatillas minimalistas, o incluso descalzo, fortalece los músculos de los pies
En el departamento de antropología de la Universidad de Cincinnati (Estados Unidos), la investigadora Elisabeth Miller ha demostrado que correr con zapatillas minimalistas, o incluso descalzo, fortalece los músculos de los pies. El resultado constata que el barefoot, correr descalzo, llega pisando fuerte.
Para entender esta modalidad contacto con Agustí Solé, uno de los miembros fundadores y más entusiastas de los Barefools, grupo que cada sábado por la mañana trota descalzo por el paseo marítimo de Bogatell, en Barcelona. Empezó a correr con amortiguación hace cinco años. Uno después, cansado de lesiones, quiso mejorar la técnica y leyó dos libros decisivos: Nacidos para correr, de Christopher McDougall (Debate), y Correr Chi, que, sí, viene de taichi. El primero despertó su curiosidad por la lustrosa fortaleza de la tribu tarahumara. Los maestros chinos, siempre sensibles a cómo trabaja la naturaleza, le mostraron la importancia de caer con el pie plano y cómo transformar el acto de correr en meditación.
Hoy, a sus 41 años, Agustí Solé corre descalzo “para evitar lesiones”. Se inició con unas zapatillas minimalistas y disputó una maratón, “pero veía que faltaba algo. Corriendo descalzo usas musculatura que nunca has usado antes. Con zapatillas, el tendón de Aquiles está encogido, no hay elasticidad, caes con el talón y confías toda la amortiguación a algo artificial. Ni rodillas ni tobillo trabajan. Hay que hacer el cambio progresivamente, con cabeza, para habituar gemelos, tendón y soleo. La mejor superficie es el asfalto fino”.
Mientras repaso mentalmente la opinión del reputado doctor irlandés Gerard Hartmann, que dijo que “poner los pies en una zapatilla es parecido a ponerlos en una férula de yeso”, Agustí Solé me explica que en ellos “están el 25% de los huesos de nuestro cuerpo, por lo que tienen gran capacidad de adaptación a distintos terrenos”. Tres años después no ha habido una semana en que no haya hecho sus 30 o 40 kilómetros habituales. “Ahora lo hago por salud, porque la sensación de libertad es mayor y las recuperaciones rápidas”. Sospecho que hay algo más: “Por lo general somos gente inquieta, inconformista y partidarios de una nutrición natural y sana”. Una forma de vida.
Esta modalidad cuestiona las ventajas de las zapatillas modernas y combate y desmitifica caprichosos beneficios promovidos por las grandes marcas. El debate está servido. Tanta yuxtaposición me lleva al pope Daniel Lieberman, profesor de Biología Evolutiva en la Universidad de Harvard. Ha desarrollado diversos estudios según los cuales, comparando corredores con amortiguación y descalzos, en estos últimos se reduce el porcentaje de heridas y lesiones porque se activa la musculatura.
Termino saltando descalzo en casa. Es verdad: no duele, tobillos y rodillas cumplen su función amortiguadora. Dejo el libro y me cambio. Voy hasta Canal y empiezo a correr. Como ayer, tras la primera vuelta siento dolor en las rodillas. En la segunda pienso en Agustí Solé y, para los últimos 500 metros, me decido. Voy a hacerlo progresivamente, con cabeza. Me desprendo de las zapatillas. Corro descalzo sobre el tartán. Increíblemente experimento sensaciones balsámicas. Oigo comentarios y risas a mi alrededor. Me siento más recto, libre y rememoro a Lao Tzu: “El buen corredor no deja huellas”.
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