La Saeta
Me lo pasé de maravilla en el Bernabéu viendo jugar al Real Madrid comandado por ese tipo superdotado
Era tan bueno jugando al fútbol que lo pudo soportar todo. Los odios, las envidias y, sobre todo, la admiración incondicional, que es algo que suele llevar al desastre a cualquiera. Tenía una enorme calidad, tanta que no quiso ser más que un tipo dedicado al fútbol. No se desnudó para hacer anuncios de publicidad. Bueno, estuvo a punto, porque lo de hacer de protagonista en una película sobre sí mismo pudo haberle llevado al desastre.
Una cuestión de edad y otra de procedencia geográfica se sumaron para hacer que yo pudiera experimentar la emoción de verle jugar cuando era un crío en Madrid. Me lo pasé de maravilla en el Bernabéu, que entonces la gente conocía como Chamartín, muchas tardes de mi infancia-adolescencia, viendo jugar al Real Madrid comandado por ese tipo superdotado.
Además, tenía gracia. Como cuando definió que Italia siempre ganaba por goleada de uno a cero.
Debía tener menos gracia ser entrenador con él, porque mandaba sobre el míster siempre: decía quién jugaba y quién no, y en qué lugar del campo se tenía que poner. Y no quiero imaginar lo que llegaría a sentir algún compañero al que no le cayera bien.
En los papeles ocupa con su muerte casi tanto espacio como un papa pasado a mejor vida. ¿Es un exceso? Puede ser, pero lo cierto es que provocó tanto placer con su juego que hay mucha gente que le sigue teniendo en sus conversaciones. Y yo mismo no puedo resistirme a escribir sobre él el día de su muerte.
Era tan grande en lo suyo que pudo resistir cosas que ningún otro ser humano habría podido aguantar.
¿Se imagina nadie recibir el apelativo de La Saeta Rubia y atreverse a salir a la calle? A mí me parece imposible.
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