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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Divorcio financiero

La separación entre mercados y fundamentos de las economías es un hecho, lo que inquieta son los riesgos que tratan de evitar los bancos centrales

Emilio Ontiveros

En apenas dos años, las condiciones financieras han mejorado de forma significativa en la eurozona, pero no lo han hecho en igual medida sus fundamentos económicos. Esa asimetría es explícita en los países considerados periféricos.

El origen de esa mejora es la advertencia del BCE, el 26 de julio de 2012, de su disposición a hacer todo lo posible para evitar males peores a los ya observados entonces en Italia y España. Hasta ese día, además de los problemas propios de las economías rescatadas, en la italiana y en la nuestra se manifestaba en toda su extensión un “bucle diabólico” entre unos sistemas bancarios necesitados del dinero de los contribuyentes y la percepción del aumento de la deuda pública, del riesgo de insolvencia de los Estados. Como consecuencia de ello, las probabilidades de ruptura del euro aumentaron hasta niveles inquietantes. La deuda pública de esos dos países cotizaba en niveles impropios de economías avanzadas: por comprar bonos del Tesoro español con vencimiento a 10 años, los inversores llegaron a exigir un 7,5% de interés. El pronunciamiento de Draghi suavizó esas exigencias. Hoy esos mismos títulos representativos de una deuda pública española mucho mayor cotizan con un tipo de interés poco superior al 2,5%.

La reciente flexibilidad del BCE se justifica en la persistencia de la caída del crédito y una inflación peligrosamente baja

La mejora se ha extendido a otros mercados de financiación privada, especialmente para aquellas empresas, financieras o no, capaces de acceder directamente a los mercados de capitales. Lo han hecho no solo aprovechando ese mejor tratamiento de los riesgos soberanos, sino la actitud favorable a la recuperación del crecimiento económico de la política de los principales bancos centrales del mundo. Incluso los mercados de acciones cotizan en sus alzas esa complicidad de abundante dinero y precios del mismo históricamente bajos. En la eurozona, la reciente flexibilidad del BCE encuentra una justificación adicional en la persistencia de la caída del crédito y una inflación peligrosamente baja, especialmente en aquellas economías que más han sufrido las consecuencias depresivas de la austeridad fiscal.

Ese comportamiento favorable de las variables financieras no es del agrado del Banco de Pagos Internacionales de Basilea, desde hace tiempo el principal crítico de la laxitud de los bancos centrales. Primero por el temor a la inflación y ahora por sus potenciales efectos sobre la estabilidad financiera. El divorcio entre unos mercados financieros eufóricos y los fundamentos de las economías es un hecho, pero no ha de inquietar tanto como los riesgos que tratan de evitar los bancos centrales. En realidad, a otra institución no menos influyente, el FMI, lo que le preocupa es que en ausencia de mayor agresividad del BCE, por ejemplo, en la eurozona domine el estancamiento y la deflación. Sin mayor crecimiento, tampoco podrán pagarse esas deudas públicas y privadas que tanto preocupan al banco de bancos. En esta ocasión, en realidad desde poco después de iniciada la crisis, Washington está más cerca de lo que conviene a la mayoría que Basilea. 

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