Rebaja, no reforma

Es muy discutible que el recorte fiscal que anunció ayer el Gobierno —y del que faltan importantes detalles— sea la reforma tributaria que la economía necesita en esta fase de incipiente recuperación. Estamos ante una rebaja de impuestos que afecta al IRPF (con un descenso medio del 12,5% en dos años y una reducción de tramos de siete a cinco), a Sociedades, cuyo tipo caerá al 25% en dos años, y al ahorro, pero que carece de la intensidad y modulación necesarias para estimular la economía y al tiempo sostener los compromisos de déficit contraídos con Bruselas. La rebaja tiene un cierto tufo electoral, porque no está orientada tanto a estimular la economía como a transmitir la idea de que se devuelve a los ciudadanos parte de los impuestos que subieron en 2011.

El nuevo plan fiscal provoca además reticencias en las autoridades europeas, que consideran que el estado actual del déficit público en España no concede margen para bajar impuestos. La discusión sobre si los planes del Gobierno han sido contrastados con Bruselas sólo podrá aclararse con el tiempo, pero la inquietud del comisario Olli Rehn sugiere que el debate, si existió, no fue muy detallado. Un malentendido fiscal con la CE solo sería justificable si el objetivo perseguido fuera articular un plan poderoso para estimular la demanda e impulsar la recuperación; bajar impuestos simplemente “porque ha llegado la hora” de hacerlo no parece una política económica bien argumentada.

Era posible compaginar una reducción selectiva de impuestos, similar o mayor que la que el Gobierno propuso ayer en IRPF, sociedades y ahorro, y mantener al mismo tiempo los recursos suficientes para combatir el déficit. La política fiscal adecuada, sugerida por Bruselas, pero también por la Comisión de Expertos, consiste en bajar los impuestos directos (renta y sociedades), eliminar deducciones fiscales, subir una batería de impuestos indirectos (alcohol, combustibles) y diseñar un nuevo IVA que cumpla con su objetivo principal, que no es el de subvencionar indirectamente, sino recaudar. Sin embargo, el Gobierno quiere afrontar las elecciones con una bajada de impuestos y se niega (por el momento) a subir el IVA y los tributos indirectos.

Una reducción impositiva (sobre todo del IRPF) será siempre bienvenida por los contribuyentes, aunque no beneficie a todos por igual. Pero lo importante es el objetivo de política económica que persigue. El recorte anunciado —y faltan datos como el mínimo exento, la deducción por rentas del trabajo y la parte de la rebaja correspondiente a las CC AA— tendrá un impacto limitado y, si no se toman otras medidas (como reformar las Administraciones públicas para reducir el gasto) impedirá el ajuste del déficit. Hacienda debería explicar cómo se van a conseguir los 27.000 millones necesarios para cuadrar el déficit en dos años. Esa es la razón por la cual España necesita una reforma fiscal profunda y estable, y no una mera rebaja de impuestos.