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Columna
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El juego

En la política, como en el fútbol, el exceso de estupefaciente se vuelve indigesto

Manuel Rivas

En la política, como en el fútbol, el exceso de estupefaciente se vuelve indigesto. Y mucha gente, por empacho, acaba distinguiendo entre lo que hay de juego bonito y asunto feo. También podemos concordar que la Transición en España tuvo una parte de juego bonito, pero no olvidar su lado oscuro, esa parte del paquete de lo “atado y bien atado”. Una forma de prolongar el lado oscuro es despachar de forma despectiva la demanda de que el pueblo español pudiese pronunciarse, después de abdicar el Rey de la Transición, por la continuidad monárquica o por la forma de Gobierno republicana. No parece muy propio de un Estado de normalidad democrática imponer el dilema de moda: o sí o sí. Este ambiente de hooliganismo, o rey o caos, es lo único que puede explicar la curiosa multiplicación de la especie del republicano monárquico. No se sabe muy bien si es medio republicano porque es medio monárquico o si es medio monárquico porque es medio republicano. De ahí se deriva también la simpática tesis dominante: lo mejor de la Monarquía española es que, en realidad, es una República. Quizás en eso consiste la magia de la Transición: vivimos en una Monarquía republicana federal, y lo que pasa es que aún no fuimos informados. Venga, va una de fútbol. En 1927, el presidente brasileño Washington Luís asistió a un partido que prometía. Los jugadores todavía no eran profesionales. En el campo se produjo un desacuerdo con el árbitro y los futbolistas decidieron irse. En la tribuna, Washington Luís se enfureció y envió a un oficial del gabinete con la orden de reanudar el juego. Un jugador paulista, el negro Feitiço (Hechizo), respondió al enviado que en la tribuna mandaba el señor presidente, pero que en el juego mandaban ellos. Y se fueron. Lo cuenta Mário Filho en O negro no futebol brasileiro. ¿Qué sería de Feitiço?

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