El otro partido que se juega en Brasil
Esta entrada ha sido escrita porpor Agustín Algorta, director regional de TECHO para el Cono Sur y Brasil.
Recién comenzado el mundial, la tensión y el nerviosismo vienen en aumento. Ya sabemos que Falcao, Ribery y Castillo no llegan. Que Suárez, Vidal, Ronaldo y varios más están entre algodones. Y hay varios hinchas recordando las cábalas de 4 años atrás para asegurar las primeras victorias. En el medio de todo esto: Brasil.
Brasil, el país más grande de Latinoamérica, tanto en superficie como en población, y hasta seguramente el más futbolero del mundo (no por nada son pentacampeones y van por la organización de su segundo mundial). Parecía ser el país perfecto para jugar una Copa del Mundo. Todo tenía que ser fiesta, samba, carnaval. Y puede ser por ello que en un principio hayan llamado la atención las protestas masivas que comenzaron hace casi un año en contra de la copa.
El Mundial de Brasil es el más caro de la historia, con costos que triplicaron el presupuesto inicialalcanzando un gasto de 11.754 millones de dólares. También es un evento que dejará estadios construidos en ciudades donde siquiera hay equipos profesionales de envergadura, entre otras cosas. Todo esto contrasta con los casi 40 millones de brasileros que viven en situación de pobreza en el país del fútbol.
Son 40 millones que no se encuentran en esa situación por la Copa, sino por estructuras injustas, indiferencias y prejuicios que son más viejos que el fútbol y que cualquier otro deporte que practicamos en la actualidad.
En este caso, lo que sí hizo el Mundial (y los JJOO Río 2016) fue potenciar y visibilizar esta situación: se habla de que por las obras de ambos eventos se han desalojado cerca de 250.000 familias, sin tener en cuenta sus derechos y su futuro. Pero creer que las violaciones a los Derechos Humanos en los asentamientos es sólo cosa del Mundial o de los Juegos Olímpico, y pensar que van a terminar una vez que pasen estos dos eventos, es desconocer la realidad que enfrentan estos compatriotas que viven en constante inestabilidad y que forman parte de ciudades que no los acogen.
Informes de Human Rights Watch detectaron en 2009 rasgos de violencia policial en su informe anual. Anotaciones que se repiten en la versión 2013, en el capítulo dedicado a Brasil que destaca el profundo grado de violencia focalizado en las favelas.
No solo en Brasil, sino en gran parte de nuestro continente y del mundo, los Derechos Humanos de las familias más vulnerables parecen no existir hace tiempo. Pero no son noticia. En todos los países donde estamos presentes lo vemos sistemáticamente, en el acceso desigual que tienen a la salud, la educación, el trabajo, la tierra, por mencionar algunos. Pero también vemos, en los mismos países, comunidades que buscan organizarse y que trabajan incansablemente para salir adelante, buscando la reivindicación de sus derechos.
Sobran casos concretos. Uno de ellos es “Anita Garibaldi”, una favela a 10 km del aeropuerto de Guarulhos, San Pablo, el lugar por donde llegarán millones de personas para ver a las estrellas del mundo jugar.
Sin embargo, ninguno conoce la existencia de estos 16 jugadores que partieron con su equipo casi al mismo tiempo que el grupo de 300 familias se asentó en la zona. Adentrarse en su realidad, y conocer a su equipo de fútbol, nos recuerda a lo sencillo y popular que es este deporte, y cómo ayuda a la superación personal, a la amistad y a soñar en grande.
Y ese cambio sólo puede venir en la medida que conozcamos e integremos a las familias de las comunidades más vulnerables. Si queremos soluciones sustentables, partamos por escucharlas y trabajar conjuntamente. El equipo de Anita lo demuestra: trabajando juntos no hay desafíos imposibles.
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