De libro y ferias
Con la llegada de la primavera, que la sangre altera, proliferan las ferias del libro. Unas con solera y otras recientes, no hay localidad de España donde no se organice una feria del libro, con casetas y firmas, presentaciones, charlas y coloquios. Desbordante demanda de autores de todas las categorías y niveles, hasta el punto de que a veces hay que rechazar invitaciones, con pena y vergüenza, porque a todos nos gusta que nos mimen y decir que no parece despectivo. Pero no hay más remedio si no queremos volvernos más inútiles y vanidosos de lo que ya somos. Aunque feria y buen tiempo van de la mano, no deja de ser contradictoria esta incitación a la lectura cuando todo lo demás incita a disfrutar de la vida al aire libre. Mejor estaría a mediados de otoño, cuando los días se acortan y el frío invita a quedarse en casa, con libros para hibernar con placidez y provecho. Pero no soy tan ingenuo: hoy el libro es un objeto asociado al ocio y en particular a las vacaciones de verano que ya se vislumbran en el horizonte. No siempre fue así. Apenas inventada la imprenta, hacia 1450, el propio Gutenberg llevó su Biblia a la afamada feria de Fráncfort, en la que se vendía de todo y ahora, además, un libro. Hoy en la feria de Fráncfort se venden miles de libros y nada más, ni ganado ni hortalizas. Pero a lo que iba: la feria del libro de Fráncfort tiene lugar en octubre, un mes invernal en casi toda Europa. Sospecho que en España la culpa de esta falta de sincronía la tiene el Día del Libro, que en Cataluña se celebra con gran éxito y desde tiempo inmemorial (para mi corta memoria) el 23 de abril, día de San Jorge o Sant Jordi. Aunque al final ha robado el protagonismo, en sus orígenes el bueno de Jordi no tenía nada que ver con el evento, programado el 23 de abril porque ese día murieron Cervantes y Shakespeare. En realidad, Cervantes murió el 22, salvo que los restos que buscan indiquen otra cosa, y lo de Shakespeare tampoco está claro, como todo lo de este extraño personaje. En cambio no hay duda posible por lo que se refiere a San Jorge, ya que la propia Iglesia reconoce que nunca existió.
Actualmente el día de Sant Jordi en Barcelona es un fenómeno de masas que no deja de sorprenderme: habida cuenta de que suele caer en día laborable y que la ciudad funciona con regularidad, incluidas escuelas, tiendas y oficinas, no sé de dónde sale tanta gente. Lo que sí sé es lo que buscan: hacerse fotos con los que estamos en exposición con la esperanza de vender libros y, si fuera posible, tener un contacto personal con el lector y no solo con su iPhone. Pero no se puede luchar contra el espíritu de los tiempos. Unos hacen selfies y otros le piden a quien les sigue en la cola que le hagan la foto, con lo que se organiza una cadena de iPhone y androids cargada de nervios y buen rollo. Los hay que sacan la foto a hurtadillas, pero la mayoría pide permiso. ¿Le importa que me haga una foto con usted? Accedo siempre con mi mejor sonrisa, pero por dentro me pregunto si de verdad me importa. Tribus primitivas creen que la foto roba el alma y yo puedo dar testimonio de que es verdad. Algunos se hacen la foto y no compran libros, pero son los menos. La mayoría compra y lo de la foto es un factor añadido que mantiene viva una industria temerosa de su inminente extinción. Pero esto es lo de menos. Quiero decir que una cosa es escribir y otra la industria del libro, como me esfuerzo por explicar a los que me preguntan cómo veo el futuro, sin especificar si se refieren a la economía o a la literatura. Lo mismo da: de economía no sé nada y de literatura, menos. Al fin y al cabo, cada uno vive la lectura como sabe, como puede o de cualquier manera. Pedimos a la ficción que sea verdadera, a la poesía que sea falsa, a la biografía que sea laudatoria y a la historia que refuerce nuestros prejuicios, como dejó escrito Virginia Woolf. Así es. Lo importante es saber que no hay libros si no hay feria y que vender es parte de lo que llamamos escribir.
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