Reválida, sin oleada
El soberanismo resiste en Cataluña, pero no crece tras el 25-M; urge una “tercera vía”
Las reacciones apresuradas a la elección europea, que enaltecían el empuje del soberanismo, ofrecen una imagen distorsionada de lo acontecido en Cataluña. No hubo oleada motivada por un unánime deseo de ejercer el llamado derecho a decidir. Pero también sería absurdo minusvalorar la resistencia de los partidos soberanistas, que consolidan sus últimas posiciones (autonómicas de 2012) y la inversión de hegemonía en ese bloque, a favor de Esquerra, que registra un ascenso fulgurante desde las anteriores europeas (2009). El frente oficialista no arrolla, pero aprueba con soltura la reválida. De ninguna manera se diluye.
Ese enquistamiento requiere un revulsivo. Es un motivo adicional para acelerar desde el Gobierno una propuesta que suponga una respuesta ambiciosa, adecuada al alcance del reto soberanista. La conferencia anual del Círculo de Economía ha marcado una pauta al propugnar el retorno al diálogo, una tercera vía que podría desembocar en una reforma constitucional y, por tanto, una consulta legal. El mero pasar del tiempo, en contra de lo que algunos piensan, no resuelve los problemas; al contrario, puede encarecer las soluciones. Y en ausencia de una nueva dinámica practicable, los próximos meses serán de mayor tensión.
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Los resultados electorales abonan esta urgencia. El preanuncio de que una mayor participación diferencial de los catalanes con relación al conjunto de los españoles demostraría la multiplicación de los partidarios de un referéndum y de los de la independencia fue exagerado. Los votantes superaron en dos puntos a la media nacional. Es una diferencia cierta, pero exigua. Pareció clave porque han votado ahora mucho más que hace cinco años: pero es que entonces la abstención superó en ocho puntos a la del conjunto. El problema fue la ínfima participación de entonces; no la más normal de ahora.
El bloque soberanista (Esquerra más CiU) consolida su resultado (45,51% en conjunto) de las autonómicas de 2012 (44,44%), aumenta un punto, algo poco taxativo para las expectativas de futuro. En cambio, esos mismos datos reflejan el vigor de la movilización soberanista. En clave interna, el 25-M desmonta el cálculo de que el tiempo acabaría diluyendo el movimiento, como sucedió con el Plan Ibarretxe. Además, los flojos resultados de los partidos estatales (el PSC aguanta los de 2012 pero se derrumba respecto a 2009; el PP cae en picado en ambas referencias), no sólo concuerdan con lo sucedido en toda España sino que indican que, sin alternativas claras y profundamente autonomistas al soberanismo, este mantendrá su ventaja. Sabe jugar a los relevos internos. El desplazamiento de CiU por Esquerra en el liderazgo no asesta a los convergentes un golpe mortal: pero lo será si se repite en las municipales, territorio de redes estables de poder del que los republicanos son aún bastante ajenos. Y debe preocupar a todos los partidarios de soluciones pactadas, ni traumáticas ni rupturistas.
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