Un político responsable
Rubalcaba reconoce la descapitalización electoral del PSOE y da paso a la renovación
La retirada de Alfredo Pérez Rubalcaba como secretario general del PSOE y la voluntad de no competir por la presidencia del Gobierno es la decisión más lógica que podía adoptar tras la nueva caída del voto socialista en las elecciones europeas. La política moderna necesita gestos y comunicación, y lo peor que pueden hacer los dirigentes de partidos castigados severamente en las urnas es simular que no pasa nada, so pretexto de que solo se elegían diputados al Parlamento Europeo. Las fuerzas políticas españolas habían elegido terrenos domésticos para enfrentarse, y eso les compromete con los resultados. Al dirigente socialista le honra haber sacado consecuencias del 25 de mayo de manera inmediata y haberlo hecho sin tapujos, aceptando la responsabilidad de la derrota.
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A Rubalcaba, político de larga trayectoria, le han pasado factura en la oposición los años en que participó en los Gobiernos de Zapatero. Pese a dedicar lo esencial de ese tiempo a Interior —y fue precisamente el momento en que se terminó el terrorismo de ETA—, el Partido Popular ha preferido encasillarle como heredero de la calamitosa gestión de la crisis económica en los últimos años de Zapatero. Partidario de un estilo de oposición moderada, Rubalcaba se ha visto atrapado entre su voluntad de llegar a pactos de Estado importantes para España y un Gobierno que le ha dejado a veces con la mano en el aire. Esto le ha debilitado de cara a los sectores que exigían actitudes más duras, lo cual planteará en este partido si es posible una renovación con personas vinculadas a anteriores etapas de Gobierno socialista.
En todo caso, los problemas del PSOE sobrepasan las cuestiones concretas de cómo ha hecho oposición: no hay más que ver el desconcierto de la socialdemocracia en casi toda Europa y las graves dificultades del PSC, en otro tiempo granero de votos socialistas.
Rubalcaba sabía que ya no podía protagonizar la renovación, aunque intentaba conducir el proceso hacia las elecciones primarias convocadas para otoño, que ahora quedan pendientes de los futuros responsables. Cabe esperar no solo un cambio profundo del equipo de dirección, sino acabar con las divisiones internas que minan al Partido Socialista, necesitado de capacidad de integración. Si se entrega a los fulanismos, el PSOE estará acabado como fuerza relevante en el tablero político español.
Pese a tratarse de un partido central de la política española desde el restablecimiento de la democracia, al socialismo le ha faltado también un análisis profundo de las causas de sus derrotas desde 2011. La tentación de aceptar un giro populista sería un gesto baldío para un partido al que cuestionan las clases medias y el centroizquierda político, su terreno tradicional. Tiene que debatirlo a fondo y decidir qué quiere hacer, de manera que sea reconocible por el electorado que le ha abandonado. Y a partir de ahí, le quedará todo por construir.
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