La mejor educación en el peor lugar, ¿funciona?
El barrio Nueva Vida, en Ciudad Sandino, es uno de los más inseguros y pobres de Nicaragua. Una escuela alternativa trata de marcar la diferencia para sus niños
No es el peor lugar del mundo, pero sí uno de los peores de Nicaragua y Centroamérica. El colegio tampoco es el mejor del mundo, pero es la puesta en práctica de una idea integral de desarrollo y educación con la mayor calidad posible, en medio de todas las dificultades. Y la pregunta es: ¿Funciona, realmente? O es sólo una idea hermosa en la que creer (la educación como clave del futuro). En un lugar así, al menos, la idea y algunas esperanzas se ponen a prueba.
El barrio tiene 15 años y su nombre, Nueva Vida, va en contra de las estadísticas: el 76% de sus habitantes (más de 10.000) vive en situación de pobreza y más del 40%, extrema; azotado por la violencia, y en particular por los delitos sexuales; miles de viviendas construidas sobre una zona muy erosionada, aguas subterráneas contaminadas; la mayor parte de la población en el desempleo, y otra parte en las maquilas, en un matadero o un basurero cercano (trabajo informal casi siempre).
El colegio, y todo el proyecto, se llaman Redes de Solidaridad. Además del preescolar y la primaria, sus instalaciones se ordenan cuidadosamente para dar cabida a consultas médicas, laboratorio y una pequeña farmacia. En otras dependencias se coordinan iniciativas de participación ciudadana y de comercio sostenible (con microcréditos, por ejemplo). Además de un área de cultivo, hasta hace poco, hubo una fábrica de bloques de cemento y una granja porcina, pero no resultaron sostenibles a largo plazo. Lo demás sigue en pie. Pero, ¿funciona? Las respuestas no serán sencillas ni rotundas. Vamos en busca de ellas, al fondo del barrio.
Para llegar aquí se toma un atajo recién asfaltado, a 12 kilómetros de Managua, que bordea Ciudad Sandino, un municipio con 100.000 habitantes. Antes de desarrollarse como ciudad, era un asentamiento que se fue poblando por oleadas consecutivas de desplazados, a los que se les mencionaba según la naturaleza de los desastres que habían sufrido (los “terremoteados”, “los huracanados”, “los inundados”, etc), además de otras víctimas de la pobreza de las orillas del lago de Managua. Los primeros habitantes de Nueva Vida llegaron tras perderlo todo durante el huracán Mitch a finales de 1998.
No es solo una escuela, coordina iniciativas de participación ciudadana y de comercio sostenible
Ciudad Sandino creció con la violencia. Para los que viven en Managua, aún es sinónimo de peligro. “Ahí te matan hasta con tortillas”, se dice con la exageración típicamente nica. Y ya en Ciudad Sandino, si preguntas por el barrio desde el automóvil, te miran fijamente: “¿Nueva Vida, dijo?” Ojean si llevas algo de valor y te indican: “Alláaaaaaa al fondo; pero vaya con cuidado, chele, ahí le matan hasta con las hojas de los árboles”.
Alexandra Flores (nicaragüense de Estelí) y Enrique González (español de Valladolid) coordinan el proyecto. ¿Esto funciona? "Podría adornar la respuesta con gráficas de impacto; podríais comprobar por vosotros mismos la aceptación y demanda que tiene nuestro proyecto en la comunidad, así como la calidad de la educación, las condiciones de las instalaciones…, pero al salir de aquí, te encuentras de nuevo con el barrio y no te crees que se está transformando algo. Esto va a paso lento. Lo ideal sería que no estuviéramos ni nosotros ni otras ONG… Pero algo falla cuando en un barrio tan pobre, la gente no quiere enviar a sus hijos al colegio público. O cuando en lugar de ir al centro de salud, prefieren pagar una pequeña cantidad en el dispensario que tenemos aquí", responde González.
Calidad de la Educación
En Nueva Vida, hay varios colegios financiados por organizaciones religiosas, principalmente, y sólo hay un colegio público, que además tiene secundaria. Redes, en cambio, sólo dispone de preescolar y primaria, pero la mayoría prefiere no enviar a sus hijos al público ¿Cuál es la diferencia fundamental entre ambos centros, situados uno casi enfrente del otro? A primera vista, las instalaciones. Antes del inicio de clases, el público parecía un viejo almacén a punto de ser engullido por la maleza. Pero el director del área educativa de Redes, Félix Corea, de 32 años, lo tiene claro: "Es la actitud. Cuatro de nuestros docentes también dan clases en el público. Sabemos que allí, algunos profesores no se preocupan ni en asistir al aula. Sin embargo, de los nuestros no hay ninguno que falte a clase en el público o aquí". Corea advierte que el absentismo del profesorado es un problema nacional.
Además de la actitud de los docentes, el director señala que la implicación de los padres es fundamental, gracias a un esfuerzo constante de comunicación con ellos, nada fácil en un barrio con problemas tan acuciantes como la comida del día. Y pone como ejemplo una reunión que se convocó a las siete de la mañana y a la que asistieron casi 200 padres. Eso no suele verse en un colegio público.
De momento, las iniciativas para elevar la calidad de la enseñanza en Redes se centran en más formación del profesorado, menos niños por aula, y mejora del material didáctico, entre otros elementos. La precariedad del entorno dificulta que aquí se hable de calidad educativa pero, en palabras de González, ése es el precio de sentir que se está “trabajando para el futuro de quienes no creen tener un presente”. Sin embargo, la primera gran dificultad, como apunta Corea, es el escaso presupuesto a la educación en el país y la formación del profesorado.
En realidad, los presupuestos de la enseñanza y el porcentaje del PIB que Nicaragua destina a la educación se han incrementado ligeramente en los últimos años. Pero la situación de partida es tan mala que algunas estimaciones apuntan a la necesidad de más de un 7% del PIB para conseguir un nivel básico de calidad educativa para empezar a soñar. A Nicaragua aún le queda bastante hasta llegar a esa cifra. En otros países, como en Costa Rica, la educación representa más del 6% del PIB, con un nivel básico muy superior.
El salario de los maestros nicaragüenses, que pocas veces sobrepasa los 200 dólares al mes, como el de los trabajadores del sector textil, agrícola o doméstico, hace que los más cualificados elijan dedicarse a otra cosa, a costa de su vocación. En Redes, los profesores no cobran más que en el colegio público. González se lamenta y lo define abiertamente como “un salario de hambre”. La mayoría de los docentes trata de compaginar varios trabajos para ir tirando. Redes es un colegio privado, pero gratis para sus alumnos. Con el fin de paliar parcialmente la situación, el centro ha incrementado considerablemente las horas de formación, más de 200, a profesores con el apoyo de organizaciones voluntarias como Managua Hub, por ejemplo, un grupo de jóvenes profesionales que colaboran en la evaluación y mejora de la calidad de la educación de algunos centros. También se aprovecha la estancia de voluntarios que vienen de otros países (a veces por períodos de un mes o un año).
El barrio por dentro
Lo ideal sería que no estuviéramos ni nosotros ni otras ONG… Pero algo falla cuando, la gente no quiere enviar a sus hijos al colegio público”
En la consulta de Redes, la doctora Aritza Sirias está atendiendo a una madre y su hija adolescente. La muchacha, Joseline, tuvo un bebé hace un mes y medio. Se llama Moisés. La madre de Joseline también tuvo un niño hace siete meses, convirtiéndose en madre y abuela en un tiempo récord. La doctora nos explica que, en este barrio, el embarazo adolescente ha crecido mucho, y las muchachas suelen interrumpir o abandonar los estudios. Pero Joseline está decidida a no dejar el cuarto año de Secundaria. Al lado de la consulta, en el laboratorio, a la bióloga Gabriela López le llama la atención la frecuencia con que detecta a muchas personas del barrio con insuficiencia renal crónica en un estado muy avanzado; se trata, sobre todo, de extrabajadores temporeros de plantaciones bananeras y de caña de azúcar. También ha analizado muchos casos de VIH.
Sobre todas estas cosas y las que ocurren en el país, Enrique González suele actualizar un blog en el que se hace eco no sólo de las noticias del barrio sino de toda la realidad que afecta a la educación y al desarrollo en el país. Un cauce abierto para el desagüe de las lluvias y las aguas negras delimita un extremo del barrio. En el opuesto, la maquila. Al basurero, se le conoce como La Churequita, en recuerdo de uno de los mayores basureros de América Latina que se ubicaba junto al lago de Managua (La Chureca), de donde proceden muchos vecinos de Nueva Vida, cuya vida y trabajos han transcurrido entre deshechos.
En el recorrido, ahora nos acompaña Alexandra, que acaba de volver de una reunión con la policía para tratar varios asuntos y, entre ellos, el del asesinato acontecido el pasado fin de semana. Pero le hicieron esperar más de dos horas para nada. Con esta ya van innumerables ocasiones. Alexandra no se da por vencida y sigue llamando al oficial para una nueva reunión. La comisaría, que lleva un año en el barrio, es fruto del trabajo colectivo de las promotoras del barrio coordinadas por Redes. "Estamos esperando que nos muestren datos para saber si ha valido la pena tener presencia policial. Pero la respuesta de la policía es siempre la misma: 'La semana que viene”, comenta Alexandra.
Elisabeth Santana no espera en su casa. Es enérgica, y tiene una voz aguda, de tono nervioso y suave. Suele acompañar a las mujeres maltratadas o a las víctimas de todo tipo de violencia a poner la denuncia en la policía. Y eso a pesar del riesgo porque, según nos explica, no se suele cuidar la confidencialidad en los procesos de denuncia. Es promotora comunitaria. Tiene 31 años, y cuida de dos hijas y una hermana pequeña. Llegó a Nueva Vida un año después del Mitch con el padre de sus hijas. Pero aquí, el hombre terminó por volverse toxicómano. Ella no tuvo más remedio que separarse. Ahora convive un compañero nuevo. “Buen hombre”, asegura. Le preguntamos dónde duermen. Las niñas en el cuarto; Elisabeth y su compañero en la salita, el lugar en el que estamos haciendo la entrevista. Por la noche, ella y él halan las hamacas que están anudadas cerca del techo de cinc y se tumban. "Es que yo soy una mujer de armas tomar… Prefiero que se mantenga alejado del cuarto de las niñas, donde yo pueda verlo". Y explica: "Yo le quiero. Es buen hombre, pero…Nunca se sabe". Y suelta el aire como si lo hubiera retenido mucho tiempo.
¿Pero funcionará?
No es el peor lugar del mundo, pero aquí los jóvenes transitan entre una maquila y un basurero como únicos horizontes, una mujer duerme con los ojos abiertos para que su compañero no entre en el cuarto de sus hijas, la policía apenas incide en la seguridad del barrio, el miedo y la precariedad se baten con los que promueven la organización comunitaria.
Pero hay historias que alimentan el optimismo: la evolución personal de quienes aprovecharon la ayuda brindada, o la participación decenas de padres en la educación de sus hijos. Además, este año se acaba de establecer una red de salud comunitaria, y la alcaldía ha anunciado el traslado del basurero a otro lugar más lejano, además de un proyecto de alcantarillado, lo que mejorará sin duda las condiciones higiénicas y sanitarias.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.