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Paul Anka, la venganza se escribe fría

El más duradero de los cantantes juveniles de la década de los cincuenta ha alborotado el mundo del espectáculo con ‘My way’. En su biografía, una panorámica descarnada de una época libertina, el intérprete y compositor arregla cuentas con las estrellas, desde Frank Sinatra a Michael Jackson

Diego A. Manrique
Paul Anka, durante una actuación en el Casino de París, en 2011.
Paul Anka, durante una actuación en el Casino de París, en 2011.sadaka edmond (cordon)

Paul Anka (Ottawa, 1941) es el perfecto entrevistado. Se cuida y se presenta fresco ante los periodistas: en las giras, él y su esposa vuelan en jet privado, y los músicos en autobús o avión comercial. Ante la grabadora, abre el grifo de las anécdotas y no para; domina además el arte de la narración, con sus pausas dramáticas y su remate hilarante. Anka se mantiene en primera línea desde 1957, el año de su inmortal Diana, y ha tenido el gusto —y el susto— de tratar con varias generaciones de superestrellas. Su memoria parece impecable y finalmente ha sucumbido a la tentación de firmar una autobiografía, My way.

Precavido, ha esperado a que mueran casi todos los implicados. Desde Elvis Presley (“sin curiosidad por el mundo”) a Michael Jackson, personajes que confirman una de sus máximas: “A mayor fama, mayor delirio”. Durante unos días, Jackson y Anka fueron vecinos en el Mirage, hotel-casino de Las Vegas. Anka se asombraba del constante desfile de niños y de que Michael negara la entrada al servicio. Cuando Jackson se marchó, descubrieron el interior del chalet arrasado, y Steve Wynn le declaró persona non grata en sus establecimientos.

Él también comprobó que Michael podía ser despiadado. Ambos habían colaborado discretamente; ante el asombro del canadiense, Jackson mandó a unos esbirros para apoderarse de las cintas grabadas conjuntamente. El desquite llegó cuando los herederos del difunto publicaron This is it como una composición inédita de Jackson, y Anka demostró que se trataba de una obra conjunta; exigió —y consiguió— el 50% de los derechos de autor.

Anka ha prosperado en todas sus empresas, desde un servicio de alquiler de aviones a su editorial musical. Se necesita una intuición fuera de lo común para adquirir los derechos de Comme d’habitude, un éxito de Claude François, y reinventarla como My way, arrogante himno a mayor gloria de Frank Sinatra.

No le gustó ser miembro del Rat Pack: tabaco, alcohol y abuso de mujeres

Es un creador de trajes musicales a medida. Todavía se ruboriza cuando suena She’s a lady, uno de los mayores éxitos de Tom Jones, con letra particularmente machista. Pero era lo que le encargaron: un himno al Jones conquistador. Aunque advierte que el galés era tacaño en las lides amorosas. El verdadero obseso sexual era su mánager.

Anka se presenta como un todoterreno capaz de glorificar en canciones un estilo de vida que, en realidad, podía detestar. Sinatra le invistió miembro honorario del Rat Pack, bajo el apodo de The Kid (el chaval). Lo que vio allí no le gustó, rememora. Tanto fumar y beber no eran actividades para artistas que debían cuidar sus gargantas. Hombre moderado, casado y con cinco hijas, no entendía que el Rat Pack disfrutara abusando de las mujeres: cuando no había actrices de Hollywood a su disposición, se llamaba a prostitutas. Fue este aspecto de “circo sexual” lo que atrajo a John F. Kennedy.

El atractivo inicial de Las Vegas era su (relativa) inocencia: “Una Disneylandia con tragaperras”. Anka entendió su transformación, cuando el turismo se masificó y las corporaciones impusieron su ley. Sinatra tardó en asimilarlo: estaba habituado a que le regalaran 50.000 dólares en fichas. Durante una noche infausta en el Sands, perdido medio millón de dólares, le cortaron el crédito. Frank exigió la presencia del jefe, Carl Cohen, que le explicó las nuevas reglas, “ahora tenemos que responder ante nuestros accionistas”. Sinatra le tiró café hirviendo; Cohen replicó con un certero puñetazo que hizo saltar los dientes falsos del cantante. Humillado, al día siguiente pidió a sus amigos mafiosos que se ocuparan de Cohen; imposible. Era intocable: estaba muy alto en el escalafón del crimen organizado. Sinatra, aclara Anka, tenía un mal beber. “Ordenaba” entonces ejecuciones, aunque ya había pasado el tiempo de los cadáveres enterrados en el desierto de Nevada: quiso que se eliminara a su biógrafa, Kitty Kelley, precisamente por escarbar en sus lazos con la Mafia.

Anka no dejó de componer para Sinatra, mientras se deterioraban sus poderes artísticos: “Daba pena verle pendiente del teleprompter para recordar las letras. Tanto miedo inspiraba que nadie se atrevió a avisarle la noche que salió al escenario sin el tupé”. De sus socios, Anka guarda sentimientos ambiguos. Dean Martin exageraba su alcoholismo para hacer lo que le apetecía. Al menos, Sammy Davis Jr. era sincero: reconocía sus experiencias con drogas y bisexualidad, asumiendo que esas audacias le expulsaban del Rat Pack.

My way es el retrato de un superviviente y la panorámica descarnada de un mundo libertino, ya desaparecido (o necesariamente disimulado). Hoy, en la era de las comunicaciones instantáneas, famosos y millonarios deben extremar las precauciones. Él mismo es un buen ejemplo: la única querella generada por su libro vino de Mohamed Al Fayed, que le acusó de denigrar la memoria de su hijo Dodi al mencionar, entre otras intimidades, que le prestó dinero. Anka desmontó el caso al mostrar fotocopias de los cheques con los que se saldó la deuda. Por cierto, el cantante piensa que el accidente mortal con Lady Di pudo evitarse: “Dodi era muy paranoico y aquella escapada enloquecida por París no tenía sentido”.

Paul Anka y su orquesta actúan en Barcelona (10 de julio) y en Vitoria (18).

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