Como la tortilla de mi madre, ninguna
Por Carlos Ballesteros
El otro día uno de mis hijos, a la hora de la cena, dijo que prefería las croquetas de la abuela, que eran sus favoritas… y se armó la marimorena. Marta dijo que no hacia nunca más croquetas en casa, que a partir de ahora se las hiciera la abuela y mi hijo, arrepentido, o asustado ante la posibilidad de comer menos croquetas, vaya usted a saber, pues la frecuencia de las de la abuela es mucho menor que las maternales, decidió recular y otorgar el premio a la mejor croqueta exaequo a ambas. Por cierto que ni mi otro hijo, que es mucho más pragmático y huele el peligro, ni yo, por razones fácilmente comprensibles -pues la abuela en cuestión es mi madre-, abrimos la boca ni participamos en tamaña disputa materno filial.
Viene esto a cuento porque en estos días estamos celebrando El Día de la Madre. Dicen algunas fuentes que lo de festejar a las madres no es puramente un invento del Marketing, ni de las escuelas para realizar manualidades, sino que ya los griegos festejaban a Rea, la madre de Júpiter, Neptuno y Plutón y que en la Inglaterra del s XVII, donde muchas personas trabajaban sirviendo en los palacios de la nobleza a cambio de cama y comida y no tenían más que un solo día al año para visitar a sus familias, se le empezó a llamar a ese domingo “el día de la madre” y era poco menos que obligatorio que presentarse en la casa materna con un pastel que el señor de la casa permitía que se horneara en sus cocinas.
Los colonos que viajaron a Boston a fundar la civilización que hoy conocemos como Estados Unidos de América decidieron que era una fiesta a mantener e incluso el presidente Roosevelt la declaró como festividad laboral obligatoria…..y así hasta que Pepín Fernández, el fundador de Galerías Preciados, se la trajo a España y se convirtió en una nueva excusa, en los inicios de la primavera, para que el homenaje a la maternidad mereciera un paso por la caja. Lo cierto sin embargo es que ya seas griego, anglosajón victoriano, consumista español o azteca, el rendir homenaje a la mujer que es madre es algo común a muchas culturas y una constante a lo largo de la historia. La mujer embarazada, fertilizada, es una mina para alimentar mitos, miedos, admiraciones, representaciones artísticas.
Volviendo a lo que nos ocupa, las croquetas y similares creaciones culinarias. Creo que todas las personas estamos de acuerdo en que como la tortilla de patatas que hace mi madre no hay ninguna: sin o con cebolla, más jugosa o más hecha, con la patata entera o hecha puré, la tortilla es esa receta simbólica que cuando llegas a casa de mamá y la comes te retrotrae a tu infancia, te emociona. No comes una simple combinación de patatas y huevo. No. Comes tu infancia, tu adolescencia, tu ser mas primitivo… Las croquetas, las tortillas, las torrijas que hace mamá son uno de los mejores ejemplos de experiencia de consumidor, (también llamado a veces Marketing relacional), que es el término moderno y cool que nos hemos inventado ahora para describir las sensaciones casi orgásmicas que un consumidor debe experimentar cuando llena la cesta de la compra en el Carrefour.
Ingente cantidad de artículos, presentaciones, proyectos de consultoría y demás se han puesto en marcha últimamente para conseguir que las sonrisas de los consumidores tengan reflejo también en los resultados contables y dotar de valores y personalidad a las marcas. Como muestra un botón: Una vez más el discurso mercantil se apropia de conceptos y vivencias que no deberían nunca ser comercializados. La tortilla de mi madre dejaría de ser la mejor tortilla del mundo si mi madre se convirtiera a sus 70 años en emprendedora y se embarcara en un proyecto como el de las telemadres.
Sin embargo no quiero dejar pasar la ocasión que Alterconsumismo me ofrece para a través de la última entrega de la triologia que empezó con un Te quiero sin rosas ni diamantes y continuó con ¡No mas corbatas por favor! brindar mi particular homenaje a la Madre, Amátxu, Mare, Nai -y claro está a mi mamá en particular- con un cuento que hace años vengo utilizando en mis clases y talleres. Este vídeo de Zentzuz Kontsumitu nos cuenta el cuento de Caperucita en clave de soberanía alimentaria, en el que la madre de las madres, la Abuela, hace una tortilla que sabe mejor que la de mamá.
¡Uy!, si al final lo de las croquetas y mi hijo no iba a estar tan desencaminado.
La Cesta de Caperucita from Zentzuz Kontsumitu CCR on Vimeo.
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