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TORMENTAS PERFECTAS
Columna
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El gigante aturdido

Nunca se sabe si Argelia es avanzado o el furgón de cola. Fue precursor de la 'primavera árabe' y del ascenso islamista

Lluís Bassets

Las revoluciones exigen algunas condiciones. Una de las más claras, una abundante población joven, formada pero desempleada, y por tanto sin ilusión ni futuro. No le falta a Argelia: el 47% de la población tiene menos de 25 años. Las condiciones ya se dieron en 1988, cuando las revueltas liquidaron el régimen de partido único construido según el modelo soviético un año antes de que cayera el muro de Berlín, aunque al final desembocaron en la guerra civil que costó 200.000 vidas e inmunizó a los argelinos hasta ahora mismo respecto a los impulsos revolucionarios.

Nunca se sabe de Argelia si es un país avanzado o el furgón de cola. Fue precursor de la primavera árabe, pero también del ascenso islamista y de la reacción militar que en 1991 interrumpió las elecciones entre la primera y la segunda vuelta para cerrar el camino al poder del Frente Islámico de Salvación, todo en la línea de lo que acaba de pasar en Egipto. En cambio, en las elecciones de este pasado jueves, de resultados previsibles, pero todavía desconocidos cuando escribo estas líneas, muchas cosas se parecen a las elecciones presidenciales que celebraban Ben Ali o Mubarak, los dictadores derrocados en 2011.

Hay elecciones, hay una apariencia de pluralismo y sin embargo, todo está perfectamente controlado por un poder opaco y omnímodo

La candidatura de Abdelaziz Buteflika es directamente absurda. Con 15 años de presidencia a sus espaldas, es un enfermo de 77 años que apenas puede expresarse ni mantener reuniones de trabajo. Han hecho la campaña seis colaboradores en su nombre, mientras que su intervención se ha limitado a comparecer en funciones presidenciales junto a mandatarios extranjeros.

Como sucedía antes de 2011 con casi todas las dictaduras árabes, a los europeos nos conviene ver el vaso medio lleno de una democracia defectuosa. Hay elecciones, hay candidatos que compiten, hay partidos y hay una apariencia de pluralismo. Y sin embargo, todo está perfectamente controlado por un poder opaco y omnímodo, que se concentra en el ejército, en los servicios secretos y en las alianzas entre sus distintos clanes, y dosifica sabiamente la zanahoria del reparto de las rentas del gas y del petróleo y las pequeñas dosis de reformismo político con el palo de la represión, a la división de la oposición y el control de la calle.

Argelia tiene bazas geopolíticas de primer orden: primer país árabe en territorio (2,3 millones de kilómetros cuadrados) y primer suministrador de energía (gas y petróleo) del continente africano, tiene una población todavía en ascenso, que en 20 años se situará en los 50 millones, el 75% urbana. Su estabilidad es la demanda política más consistente que le llega desde Estados Unidos y Europa, y más todavía ante la crisis de suministro energético que está alumbrando el conflicto entre Rusia y Ucrania. Es un gigante que yace aturdido ahí a nuestro lado, pero que algún día, más pronto que tarde, echará de una vez a andar.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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