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Tribuna
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El álter ego de Adolfo Suárez

El archivo de Eduardo Navarro no avala ni de lejos recientes teorías sobre el Rey y el 23-F

Juan Francisco Fuentes

Leopoldo Calvo-Sotelo sostenía que, para dedicarse a la política, tener un buen bagaje cultural es más un lastre que una cualidad. “El político no tiene que leer”, llegó a decir. La boutadedel expresidente del Gobierno, que explicaría así su propio fracaso, ayuda a entender la frustrada carrera política de Eduardo Navarro Álvarez (1929-2009), colaborador y principal consejero de Adolfo Suárez en la Transición y autor de muchos de sus escritos, discursos y conferencias.

Víctima directa de la Guerra Civil, que le dejó huérfano de padre, el joven Eduardo Navarro buscó en la política todo aquello que la guerra le había quitado, abandonando una prometedora carrera académica a la que parecía llamado por su brillante expediente, su vasta cultura y su carácter reflexivo y solitario. Fue su elección y es inútil preguntarse si se equivocó, o si él pensó que se había equivocado. El hecho es que ni bajo el franquismo, por su fama de joseantoniano díscolo e independiente, ni durante la transición democrática, por su pasado falangista, alcanzó el protagonismo al que se creía destinado y que todavía a principios de 1975 le reconocía un misterioso informe de origen desconocido —se ha llegado a atribuir a la CIA— que incluía los nombres de los cinco políticos con mayor proyección en un futuro inmediato, entre ellos Adolfo Suárez y Eduardo Navarro.

El cargo más elevado que ocupó, ya en la Transición, fue el de subsecretario del Ministerio de Gobernación entre 1977 y 1978. Poco antes, asistió sobrecogido —él, que había sido falangista de la Centuria XX— a la manifestación de duelo que acompañó por las calles de Madrid a los comunistas asesinados por la extrema derecha en el despacho de la calle Atocha. “De alguna manera”, dejó escrito entre sus papeles, “muchos empezamos a pensar que el Partido en el que militaban esos hombres y mujeres tenía que ser legalizado”. Y así ocurrió poco después. Su decisiva influencia en aquellos momentos se entiende mejor acudiendo al símil que se atribuye a Torcuato Fernández-Miranda: la Transición fue una obra que tuvo al Rey como empresario, a Suárez como protagonista y a él mismo como director de escena. A Torcuato le faltó decir que un público expectante dictaminaría con su voto el éxito o el fracaso de la obra y que el papel de apuntador le correspondió a Eduardo Navarro, que desempeñó esa labor a la perfección, porque no en vano él mismo había escrito algunas de las páginas que cobraron vida sobre el escenario.

El testimonio de Navarro es el de un analista perspicaz y sutil, cuya vocación intelectual acabó frustrando su temprana ambición política

Esas páginas se encuentran entre los cientos de documentos —informes, cartas, borradores de discursos, textos autobiográficos, crónicas inéditas de la Transición, más algún esbozo de las memorias que Suárez nunca llegó a escribir— que constituyen su archivo personal, hoy en día propiedad de su amigo Jorge Trías Sagnier. Este extraordinario fondo documental está tan estrechamente vinculado a la figura del expresidente del Gobierno que lleva la rúbrica “ENA-Pte” [Eduardo Navarro Álvarez-Presidente], como si Eduardo Navarro hubiera querido unir la memoria de los dos en una sola, que fusionara la trayectoria política de Suárez y el testimonio histórico de su consejero y álter ego. Son documentos de enorme relevancia sobre la transición democrática y en particular sobre el papel de Adolfo Suárez, y hay que decir que en ninguno de ellos aparece nada que avale ni remotamente las peregrinas teorías defendidas por Pilar Urbano sobre el origen del 23-F. Más bien todo lo contrario.

Su testimonio es el de un analista perspicaz y sutil, siempre fiable, cuya vocación intelectual acabó frustrando su temprana ambición política. Le faltó aquello que le sobró a Suárez: audacia, temeridad, capacidad de seducción. Por eso, por aunar cualidades tan distintas y complementarias, formaron durante años un tándem imbatible en la política española, hasta el momento en el que Suárez empezó, como dice Navarro, a perder su “toque” —esa fina intuición, hasta entonces infalible— y en el que la democracia española requirió otro proyecto y otro presidente. Una biografía política se parece mucho a la historia de un fracaso, tal vez porque el control que el líder político tiene sobre los acontecimientos es más limitado de lo que él piensa. De ahí la amargura de Suárez tras dimitir en 1981 o la del propio Eduardo Navarro al hacer balance de su vida pública.

Fue el hombre que sabía demasiado. Pero no por conocer los supuestos arcanos de la Transición, sino porque su inteligencia y su propensión a la reflexión y a la duda actuaron como contrapeso de sus legítimas aspiraciones. Desempeñó un papel fundamental, pero oscuro y sacrificado. Así lo reconoció en 1996 el propio Adolfo Suárez en el prólogo a su libro Fue posible la concordia al rendir homenaje a Eduardo Navarro, “al que, desde hace casi cuarenta años, he encomendado tareas difíciles y cuya lealtad, inteligencia y sentido crítico nunca me han faltado, aun en los tiempos en que más fuerte arreciaba el viento contra mí. Para él mi más profunda gratitud y admiración”.

Juan Francisco Fuentes es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid y visiting senior fellow en la London School of Economics. Es autor del libro Adolfo Suárez. Biografía política.

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