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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Malvivir a causa del ruido

Las administraciones ignoran o desestiman las quejas relacionadas con la contaminación acústica

Marcos Balfagón

Facilitar los desplazamientos en el mínimo tiempo posible ha permitido acelerar los procesos de relación y dinamizar la economía, pero también ha creado monstruos que no dejan vivir. En esta sociedad que todo lo sacrifica a la movilidad, el silencio se ha convertido en un lujo al alcance de pocos. Pero una cosa es tener que adaptarse a un rumor persistente del tráfico, como si estuviéramos al lado de un mar embravecido, y otra muy distinta no poder alcanzar un sueño reparador porque cada vez que está a punto de caer el telón de la conciencia, el rugido inmisericorde de un tren o un avión lo impide.

España siempre ha sido un país ruidoso y no parece mejorar. Son muchos los ciudadanos que tienen que soportar un volumen de decibelios superior a los 65, el máximo soportable para la OMS, es decir, el equivalente al ruido de una aspiradora.

La proliferación de quejas ha llevado al Defensor del Pueblo, cuya titular es Soledad Becerril, a plantear a las autoridades la necesidad de intervenir. El informe cita casos cuyas víctimas llevan más de 10 años de protestas sin resultados satisfactorios.

Los gestores del aeropuerto de Palma de Mallorca, por ejemplo, se enorgullecen de los 20 millones de pasajeros que mueven al año. Pero para quienes viven en sus alrededores eso significa haber de soportar el ruido de 170.000 vuelos anuales. Las protestas lograron que AENA adoptara medidas para reducir el impacto, pero las molestias continúan y ha vuelto el estruendo, a veces en medio de la noche, de los vuelos bajos. Para los vecinos que viven junto la vía de cercanías en Balmaseda (Vizcaya), el paso del tren supone siempre un sobresalto. No solo el ruido penetra en las casas; también lo hacen las vibraciones, de modo que todo tiembla cuando pasa un convoy.

Mientras tanto, en Sevilla, más de 10.000 vecinos han de soportar el ruido de los 80.000 coches diarios que pasan por la avenida que cierra la SE-30, donde el nivel de decibelios duplica con frecuencia el permitido en la ordenanza municipal.

Las quejas por ruido siempre han encontrado resistencia porque la solución suele ser costosa. Pero ahora, con la crisis, muchas veces ni siquiera se consideran. Y no debería ser así. No es casualidad que el ruido se utilice como una de las más eficaces formas de tortura.

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