Algo y lo contrario
La misma OCDE que hoy pide protección, ayer demandaba todo tipo de sacrificios a la gente
Recientemente, dos organismos multilaterales como la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) se han sumado al análisis de las tremendas desigualdades que asuelan nuestro país. Llegan tarde en relación con los estudios de la Comisión Europea, a los datos del Instituto Nacional de Estadística, o a los textos publicados por la Fundación Alternativas o por organizaciones no gubernamentales como Oxfam Intermón o Cáritas, pero bienvenidos sean si se consigue que la desigualdad se cuele en el frontispicio de los cuadros macroeconómicos. Ha crecido tanto y tan compulsivamente esa desigualdad que cualquier medida, cualquier norma, debería llevar en su memoria económica las consecuencias que tiene su aplicación para la distancia social.
La verdad es que estos últimos análisis de la OCDE y el FMI son sorprendentes, puesto que su influencia ha sido la que, en buena medida, ha marcado las políticas gubernamentales que han dado lugar a esa desigualdad y el empobrecimiento de las clases medias. El presidente del comité de sabios para la reforma tributaria, Manuel Lagares, reconocía paladinamente hace unos días en el Congreso que la mayoría de sus propuestas proceden de las recomendaciones de la Comisión Europea, el FMI y la OCDE.
Fijémonos, por ejemplo, en este último organismo. El mismo que ahora dice que "la prioridad absoluta es dar ayuda a los grupos más desfavorecidos" y que las prestaciones asistenciales deben ser fortalecidas, es quien en diciembre de 2012 recomendaba al Gobierno español subir más el IVA, abaratar más el despido, suprimir con carácter retroactivo algunas deducciones por vivienda y endurecer las condiciones para cobrar el desempleo. Los informes de la OCDE eran, hasta ahora, totalmente predecibles: lo mismo que decían en 1990 o en 2000 podían afirmar en 2010 o lo harán en 2020: flexibilidad del mercado de trabajo, reducciones en la protección al desempleo, descentralizar la negociación colectiva, desmontar en parte el sistema de pensiones públicas en peligro dada la generosidad de las prestaciones... Sus recetas siempre han sido de talla única, marca de la casa.
La influencia de la OCDE y el FMI ha sido la que, en buena medida, ha marcado las políticas gubernamentales que han dado lugar a la desigualdad y el empobrecimiento de las clases medias
Por ello hay que leer dos veces su reciente informe Panorama de la sociedad 2014, cuando expresa que resulta altamente improbable que una recuperación económica, aun siendo sólida, pueda por sí sola poner fin a la crisis del mercado de trabajo y a la crisis social que el país atraviesa actualmente. A no ser —¡atención!— que cuando la OCDE pide que se dé ayuda a los grupos más desfavorecidos, y explica que las prestaciones sociales a esos grupos requieren modificaciones legislativas y recursos presupuestarios crecientes, esté diciendo, sin decirlo, que hay que acabar con la universalidad del Estado de bienestar y dejarlo reducido a una labor asistencial con los más pobres.
¿Está asomando la patita la OCDE? Con sus precedentes, no es imposible negarlo.
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