Pedir perdón
El Estado está para atender a los necesitados; y en el incidente ceutí falló y ahora da manotazos al aire para decir que fue otro
En el laberinto de la soledad en que se ha convertido El Tarajal ceutí, el ogro filantrópico que es el Estado se ha perdido como elefante en cacharrería, y bien que lo siento. El Estado está para atender a los necesitados; allí falló y ahora da manotazos al aire para decir que fue otro. Y al que dice que no fue otro, que fue el propio Estado el que metió la gamba, le exige que pida perdón.
Confieso que pudo más el desconcierto que el asombro el último miércoles cuando me puse a atender lo que dijera un diputado del Gobierno a lo que le estaban diciendo sus opositores, en la Comisión de Interior del Parlamento. La comparecencia era sobre el incidente ceutí, que se saldó con un alto número de víctimas, y la sustanciada sospecha de que la Guardia Civil no había hecho bien su trabajo. Debió hacerlo muy mal, pues cuesta muchísimo explicarlo, tanto que ha renunciado a ello incluso el director general del Cuerpo, perdido primero en sus palabras y luego en la nebulosa de su ausencia. Y no habría tanto que explicar: está en los vídeos. Lo que había pasado era que los guardias civiles no atendieron a los nadadores forzosos y muchos de estos perecieron en el intento humano de sobrevivir. Hubo disparos disuasorios, y hubo tantos disparos que ya nadie puede decir que no los hubo.
Hubo tantos disparos que ya nadie puede decir que no los hubo
Ante esas evidencias es lógico que la oposición pida responsabilidades, y no las puede pedir a otro organismo que al Estado, y por tanto a quienes mandan en la Guardia Civil, la encargada de la seguridad en la zona y, por tanto, responsable primera y última, en sus mandos y en sus ejecutores, de las desgracias habidas. Así es la vida: el ogro filantrópico tiene la potestad de mandar y de reprimir en un Estado democrático, y si le fallan sus propios controles es mejor que justifique lo que hizo y, si se ha equivocado, que entregue la placa, o su dimisión en el caso de que el responsable no disponga de placa.
Pero ni han dimitido ni han entregado la placa, y por eso hay ahora ese disgusto entre las señorías que quisieran que el Estado fuera menos ogro y más filantrópico, que diría el inolvidado Octavio Paz. Lo cierto es que en esas estaban en el Parlamento, bajo la mirada atenta de Esteban González Pons, cuando un diputado de su bancada rompió a hablar y a muchos nos dio la impresión de que iba a decir algo insólito, pues se refirió a los de enfrente con cierta cordialidad, como si les estuviera dando la razón. Hasta que rompió la baraja y dijo: "Pero tienen ustedes que pedirle perdón a la Guardia Civil". Me recordó a Camilo José Cela, enfurecido porque Julio Llamazares había contestado a sus invectivas contra "los novelistas de La Moncloa", que decía el Nobel. Cabreado porque alguien le llevara la contraria, don Camilo arremetió contra todo bicho viviente y sobre todo contra Llamazares. Exclamó: "¡Les perdono si no me traen el cadáver de Julio Llamazares!".
Pues eso fue lo que vino a decir el diputado del PP que acudió en auxilio del ministerio perdido en El Tarajal. Pidan perdón a la Guardia Civil para que nosotros les perdonemos a ustedes. ¿Y qué tal si no pide perdón sino aquel que se haya equivocado? ¿Por qué es preceptivo en este país seguir pidiendo perdón como si aún nos vigilaran los caciques? Seguro que a la Guardia Civil no le hace gracia tanta pleitesía.
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