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TORMENTAS PERFECTAS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Noticias del frente

Esta nueva guerra, todavía sin nombre, es la repetición atenuada del enfrentamiento bipolar entre Washington y Moscú

Lluís Bassets

Tras las guerras geoeconómicas —por cierto, libradas también entre democracias amigas— llega esta nueva guerra todavía sin nombre. Es la nueva guerra fría o incluso una pequeña guerra fría, según George Friedman, una buena denominación para designar la repetición atenuada, o quizás la continuación, del enfrentamiento bipolar entre Washington y Moscú que ocupó buena parte del siglo XX. Pero todas las definiciones son insuficientes, porque subrayan continuidades cuando lo más interesante, al menos para el periodismo, son las discontinuidades, es decir, las noticias.

Y la novedad de esta guerra sorda y muda, además de fría, son las tropas anónimas. Hemos conocido muchos tipos de ejércitos informales, desde los mercenarios de antiquísima genealogía, tan frecuentes en las guerras de la descolonización, hasta los contratistas de Blackwater que hicieron la mitad de la guerra de Irak. En la época de la privatización de la seguridad, el uso de ejércitos privados por parte de los magnates es más que una posibilidad. Es fácil imaginar la entrada en el juego geopolítico de estos días de los oligarcas ucranios cada uno con sus respectivas formaciones paramilitares a su servicio.

Putin es hijo de la guerra fría y actúa con reflejos nacionalistas del siglo XIX, pero sus instrumentos son del XXI

Pero lo que hemos visto, sobre todo en Crimea, es algo distinto. La noticia son esos soldados en formación perfecta, tan bien equipados y entrenados, pero sin distintivos, grados, insignias o banderas. Para los rusos son tropas de autodefensa organizadas por la población de Crimea. Para los ucranios no hay lugar a dudas de que son soldados rusos encuadrados por los servicios secretos. Pero lo más significativo es que escapan a cualquier control y legalidad, nacional o internacional. Quizás también terminarán incluidos en este capítulo los misteriosos tiradores de élite que dispararon sobre Maidán en las horas decisivas previas a la huida de Yanukóvich, con la cuenta de más de setenta cadáveres sobre sus espaldas, y cuya paternidad política cada parte atribuye a la otra.

En todo caso, poco que ver con la guerra fría. Los espías, entonces miserables peones sacrificados en el tablero de los equilibrios y de la seguridad, se hallan ahora al mando. Al mando de las numerosas provocaciones y quién sabe si infiltraciones en el caos de partidos y milicias ucranias, y al mando sin duda de estas tropas anónimas que invaden Crimea desde el interior y afianzan con precisión suiza las posiciones diplomáticas.

Putin es hijo de la guerra fría y actúa con reflejos nacionalistas del siglo XIX, pero sus instrumentos son del XXI: estos ejércitos oscuros pertenecen al mismo limbo legal de donde salieron Guantánamo, los agujeros negros de la CIA y aquella guerra global contra el terror que quería superar las convenciones de Ginebra sobre prisioneros de guerra y las convenciones de Naciones Unidas sobre derechos humanos.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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