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Tribuna
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El año de Ortega

En 1914, el filósofo pronuncia una de sus conferencias más célebres, publica su primer libro y se lanza de lleno a la escena pública

1914 tuvo que ser el año en el que Ortega, según sentenció con acierto su discípulo y biógrafo Julián Marías, se diese de alta en la vida pública. Es llamativa la coincidencia de esa puesta de largo con el año en el que el siglo XX, estética, histórica y existencialmente hablando, inició su andadura. Hablamos del intelectual español que se confesó “nada moderno y muy siglo XX”. Hablamos del intelectual español con mayor entusiasmo europeísta, aunque en su momento se le volviese loca la modelo, tal y como dejó escrito Madariaga. Cuatro son los hechos que testimonian sobradamente la mencionada puesta de largo. 1) El 23 de marzo pronuncia en el Teatro de la Comedia la conferencia Vieja y nueva política. 2) En el verano de 1914, Ortega visita Asturias y se produce su encuentro con Fernando Vela al que implicará en sus proyectos culturales más importantes. 3) Cuatro meses después, Ortega publica su primer libro, Meditaciones del Quijote. 4) El 23 de agosto de 1914 Alfonso XIII rubrica el cese de Miguel de Unamuno como rector de la Universidad de Salamanca. Ortega se implica de lleno contra esa destitución.

La conferencia en el Teatro de la Comedia supone, entre otras muchas cosas, que a su generación le llegó el momento de tomar la antorcha en la vida pública y Ortega se compromete a asumir el liderazgo partiendo de un rechazo frontal a un sistema político, el de la Restauración, que languidecía sin su principal artífice, Cánovas del Castillo, personaje que, a juicio del filósofo, había sido nefasto para nuestro país. Es el Ortega cuyo magisterio va mucho más allá del aula universitaria. Es el Ortega que pretende poner a España a la altura de los tiempos, luchando contra el ensimismamiento de un periodo que duró siglos en el que se vivió de espaldas a los avances en el pensamiento y en la ciencia. Es el Ortega más combativo que se conjura y se confabula para enterrar la vieja política y para que emerja la España real, y, con ella, la nueva política.

En cuanto a su encuentro con el asturiano Fernando Vela, conviene recordar que Ortega había militado en el Partido Reformista de Melquíades Álvarez y que llega a Asturias con la buena nueva de La Liga de Educación política que se había fundado un año antes y que se fraguó en el partido melquiadista. Pero que tiene antecedentes y consecuentes decisivos en la trayectoria del filósofo. Uno de sus últimos biógrafos, Rockwell Gray, escribió que la Liga de Educación política era “una vanguardia intelectual preocupada por muchos de los problemas que él ya había antes enumerado en su Pedagogía social de 1910”. Por su parte, Juan Marichal consideró que “la Liga de Educación política española fue, en el otoño de 1913, la realización de aquel proyecto de 1908”. (Se refiere el biógrafo de Azaña a la apuesta orteguiana de 1908 por crear un partido liberal socialista a cuyo frente quería poner a Unamuno). Y, como colofón a esto, el asturiano que se declaró discípulo predilecto de Ortega, José Gaos, consideró que La Agrupación al Servicio de la República fue “el avatar postrero La Liga de Educación política”. Puesta de largo en la que Ortega hacía política desde un compromiso intelectual con su país que consideraba ineludible para “la salvación” de “la circunstancia” española.

Se comprometió a asumir el liderazgo partiendo de un rechazo frontal al sistema político de la Restauración

En lo que se refiere a la publicación de su primer libro, sin entrar en un análisis profundo de sus diversos y, en apariencia, dispersos contenidos, anotemos lo que es fundamental para el asunto que aquí nos trae. De una parte, este volumen está inmerso en un proceso que inició Unamuno en 1905 con su ensayo Vida de don Quijote y Sancho, proceso que se inicia en el 300 aniversario de la publicación de la primera parte del Quijote y que forma parte de lo que Azorín llamaría “la reinvención del Quijote”. Se diría que, para explicarse el significado de España, resultaba imprescindible interpretar la inmortal novela cervantina. Se diría también que los más ilustres reinventores de una utopía literaria forjarían, andando el tiempo, una utopía política que se llamó Segunda República. Pensemos que en este proceso de reinvención del Quijote intervienen, además de Unamuno y Ortega, Américo Castro y Azaña, que cierra ese proceso en 1930 con su ensayo La invención del Quijote. Y, en el caso del libro de Ortega, además de formular planteamientos del raciovitalismo que desarrollaría más adelante, el filósofo no deja de preguntarse por el significado de España, buscando respuestas para su país que necesita para sí mismo y para el tiempo que le toca vivir.

Y, con respecto a la intervención de Ortega en el atropello que se cometió contra Unamuno destituyéndolo como Rector de la Universidad salmantina, no debemos perder de vista que, a pesar de que las relaciones entre ambos distaban mucho de ser cordiales al menos desde 1909, el filósofo madrileño se compromete con el patriarca del 98, considerando que es víctima de una de las muchas trapacerías de la España oficial. En estos términos se manifestó Ortega: “Porque la España caduca se ha apoderado de todos los organismos públicos, de todo aquello que podemos llamar lo oficial y que no es sólo la Gaceta y los Ministerios, y esa España cadavérica y purulenta convertida en la España oficial gravita, aplasta, agota todos los gérmenes de la España vital”.

1914, el año en que se inicia el siglo XX, Ortega se acerca a la primera línea política, aunque nunca llegará a formular un proyecto de gobernabilidad sustentado por un partido por él liderado.

Se diría que para explicarse el significado de España resultaba imprescindible interpretar la novela cervantina

En todo caso, estamos hablando del año en el que la generación hasta entonces más cualificada y brillante de nuestra historia contemporánea adquiriría con su país un compromiso que, paso a paso, acabaría dando lugar a la proclamación de un nuevo Estado el 14 de abril de 1931. Distinta cosa es que, una vez proclamado, surgiesen entre sus principales forjadores desencuentros irreconciliables. Distinta cosa es que Ortega hubiera aceptado en su fuero interno que el liderazgo político de su generación recayese en un momento dado en un ateneísta hasta entonces mucho menos conocido que el filósofo. Distinta cosa es que aquella falta de entendimiento entre ambos personajes fuera tan decisiva a la hora de entender los designios de aquella República que, según Juan Marichal, asumió el compromiso de la gobernabilidad intelectual de España.

No toca idolatrar a Ortega en este centenario de su puesta de largo en la vida pública. Lo que procede es recordar unos acontecimientos decisivos de un tiempo y un país que, volviendo a Marichal, vivía su segunda edad de oro en las letras y hasta en las ciencias. Y, al recordar, preguntarnos de paso si, dentro de la mediocridad y miseria de la vida pública actual, este país se puede permitir el lujo de prescindir de figuras como Ortega, también para someterlo a críticas rigurosas desde el reconocimiento de su brillantez y categoría intelectual. Porque, como escribió Fernando Vela, Ortega, más que un hombre, fue un acontecimiento. Y ese acontecimiento en la vida pública española se estrenó en 1914.

Luis Arias Argüelles-Meres es autor de los libros Azaña o el sueño de la razón (Nerea; Madrid, 1990) y Buscando un Ortega desde dentro (Septem ediciones; Oviedo, 2005).

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