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Columna
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La pena de culpa

No van a dejar en paz a Garzón porque lo quieren culpable; les viene mejor su culpa que perdonarlo

Juan Cruz

Hay gente que es culpable de ser culpable; y hay gente que culpa, que su oficio es culpar. No me refiero tan solo a los que juzgan porque esa es su tarea en la vida, sino a aquellos que te reciben con el dedo levantado, anunciando que te vas a enterar. En un memorable artículo sobre las entrevistas, Gabriel García Márquez habla también de los periodistas justicieros, aquellos que avanzan hacia ti con el dedo levantado, haciéndote la pregunta del siglo antes de hacerte la pregunta de ese minuto. "Eh, a ver qué patraña me vas a contar".

Están también los que culpan por culpar, por tener al otro alerta y culpable. Un día tropecé con un pasajero que me precedía en la cola que se forma para salir de los aviones (el espectáculo peor organizado del tráfico aéreo) y el hombre se sintió tan ofendido que no hubo manera de que aceptara mis disculpas. "Olvídese", me dijo la azafata, "ese es del tipo de pasajeros que nunca perdonan". Los ingleses no tienen leyes para nada, sino costumbres, y entre sus costumbres está aceptar que una disculpa anula cualquier discusión. Sorry, y a otra cosa. Aquí no somos tan generosos: o se arrodilla el infractor o no hay nada que hacer, la culpa permanece incluso después de que el otro haya hincado la rodilla en tierra.

Esto viene a cuento de algo que sigo con interés desde que ocurrió, hace tantos años como Gürtel. Ya sabe todo el mundo que el único condenado en firme (como culpable) en el caso Gürtel es el juez que lo inició, Baltasar Garzón, y que circula una petición de indulto para que este hombre, que ahora ejerce de abogado internacional volante, reingrese en la carrera de la que lo han desposeído sus propios compañeros. Ya se sabe que los compañeros, cuando no te quieren mucho, son los primeros que levantan el dedo, no solo porque te conocen, sino porque en algún momento rozaron contigo, como yo mismo en aquel avión rocé con el pasajero que me quería ver de rodillas. Lo cierto es que a Garzón le quitaron los galones con tanta saña como Frank Underwood (House of Cards) se los pone a un militar al que odia.

Que nos libre la vida del que viene hacia ti con el dedo levantado

Y por ahí, digo, ha andado el tráfico del indulto, que parece que está acabando muy mal, tanto que el abogado que fue juez le dijo a Natalia Junquera, de este periódico: "El tribunal quiere humillarme permanentemente. ¡Que me dejen en paz!". Pues no lo van a dejar en paz, le va a pasar como a aquel pasajero conmigo, que hasta que no me fui del avión no dejó de lanzarme improperios como si le hubiera pisado la misma lengua. No lo dejarán en paz porque lo quieren culpable; les viene mejor su culpa que perdonarlo, eso está claro. Pero ahí es donde se produce mi duda, o mi ingenuidad: ¿no se acaba la culpa nunca? Se le tiene que ver que se arrepiente, le dicen. ¿Cómo tiene que lavarse la culpa, con más pena? Si es así, yo entiendo más a Garzón que a la justicia. ¡Que lo dejen en paz!

Es muy tarde para volver a Freud, pero sí prevengo a mis compatriotas contra el uso abusivo de la palabra culpa. Que nos libre la vida del que viene hacia ti con el dedo levantado, como aquel salesiano que nos ponía piedras en las rodillas para que supiéramos qué era la culpa y por qué no se acababa nunca.

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