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Columna
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Confidentes

Los asalariados pagan más del 90% de la recaudación anual siendo, como son, receptores de menos del 50% de la renta

Jorge M. Reverte

Formo parte de una generación rara. No me refiero a que escuchara a los Beatles o a que participara en la lucha contra el franquismo, sino a algo aparentemente más zafio: desde 1977 entré a formar parte de un amplio círculo social que se mostraba partidario de pagar a Hacienda. Aquello lo pusieron de moda algunos políticos, como Francisco Fernández Ordóñez, que fue ministro de la cosa con UCD.

No era raro en aquellos años que, en una cena de amigos acompañada incluso por algún porro de delicioso sabor clandestino, alguien exclamara con alborozo: “a mí, la declaración me ha salido a pagar”. Era una forma rara de patriotismo sin banderas. El razonamiento era sencillo: si no pagábamos a Hacienda, no habría fondos para cambiar el sistema educativo, conseguir una sanidad pública y construir buenas carreteras. Así de sencillo.

El asunto es que percibo que, incluso entre esos patriotas del pago, se va rompiendo el entusiasmo. Porque no hace falta ser muy listo para saber, por ejemplo, que los asalariados pagan más del 90% de la recaudación anual siendo, como son, receptores de menos del 50% de la renta. Esos datos se conocen, a pesar de que el ministro Montoro tiene prohibido que se difundan. No es exagerado: está prohibido darlos a conocer a la ciudadanía. Y se sabe también que las grandes multinacionales (y no es demagogia, es verdad) consiguen escapar del pago del impuesto de sociedades con trucos eficaces. Y se sabe también que los fontaneros, los grandes abogados, los médicos privados, facturan sin IVA.

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Flaquea el patriotismo fiscal. Pero viene algún rayo de esperanza, que se basa en las peticiones de los inspectores para que haya más transparencia y medios contra el fraude. Incluso, la posibilidad de pagar a confidentes. Pregunta: ¿a los confidentes se les pagaría con o sin IVA?

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