Doctor, ¿tengo un 'bromance'?
El vocablo surge de la unión de las palabras inglesas 'brother' y 'romance' Una pareja 'afectada' nos cuenta su historia "Lo de estos dos no es más que una permanente exaltación de la amistad, pero sin la borrachera", asegura la novia de uno de ellos
Jaime (33) y Txisko (35) se conocen desde hace casi ocho años. Ambos recuerdan perfectamente la fecha. Desde entonces, han venido desarrollando una amistad tejida con innumerables noches de cerveza y confidencias, días de abrazos y algún llanto en el hombro. Tienen, al menos, un par de encuentros semanales asegurados: quedan un día para jugar al tenis (afición que los unió) y sacralizan el gin-tonic de los lunes. Para empezar bien la semana, dicen. Pase lo que pase.
Jaime está casado con Lola (28). Txisko, que ejerció de padrino en el enlace, es un varón heterosexual de reconocido éxito entre las mujeres. En el vestuario del polideportivo, tras los preceptivos raquetazos, aflora la complicidad. Se felicitan; se reconocen una subida a la red o un drive espectacular. Hablan de una escalada conjunta que lleva en proyecto tanto tiempo que ni lo recuerdan. Se preguntan por la salud de la madre y no rehúyen el contacto físico. Pero no se desean. Viven lo que, tirando de anglofilia, se ha dado en llamar bromance.
El vocablo surge de la unión de las palabras inglesas brother [“hermano”] y romance ["romance"]. El primer registro conocido de este concepto se debe a Dave Carnie, editor de Big Brother Magazine, publicación estadounidense para skaters que irrumpió en los años 90 (el magnate Larry Flynt la compró atraído por sus contenidos explícitos, pero terminó cerrándola). Carnie utilizaba la palabra para referirse a esos colegas patinadores, amigos inseparables, que llevaban una vida casi de pareja sentimental.
En determinados contextos culturales, el sexo podría formar parte de una relación de amistad"
Bromance es lo que pasa entre los actores Ben Affleck y Matt Damon, uña y carne desde chavales. O George Clooney y Brad Pitt; a pesar de Angelina Jolie, Pitt es el par más estable que ha tenido a su lado el alegre Clooney: desde Ocean’s Eleven (2001) hasta hoy. Aunque no se ven tanto como quisieran, comparten sentido del humor y una química especial cuando van de copas, trabajan juntos, montan en moto o comparten sus vacaciones.
Más casos: los músicos Alex Turner (Arctic Monkeys) y Miles Kane, que montaron juntos The Last Shadow Puppets. O la reciente complicidad entre Enrique Iglesias y Pitbull, que trasciende lo artístico o, si prefieres, lo comercial. Como la relación entre Pau Gasol y Kobe Bryant, que no se queda en la cancha de baloncesto. Hay momentos brománticos entre Daniel Sánchez Arévalo y Quim Gutiérrez y una hermandad íntima entre Leiva y Quique González. La sana competitividad entre Rafa Nadal y Roger Federer podría beber de la misma fuente afectiva. Pero, por supuesto, el paradigma de todos los bromances son Sam y Frodo en la Tierra Media (El Señor de los Anillos).
“Estoy acostumbrado a escuchar la misma frase una y otra vez: que a Txisko y a mí sólo nos falta follar”, confiesa Jaime. “Una estupidez. No somos gays, y compartir algo bonito, o apreciarlo, no implica atracción sexual. Las mujeres llevan toda la vida haciéndolo. Mirar raro a un hombre porque se va de vacaciones con su mejor amigo es ya muy siglo XX. Hay espacio para todo”.
¿Tendrá esto que ver con la evolución del rol social de la mujer, que libera al hombre para relajarse y disfrutar de sus sentimientos? Pepe López Rey, profesor de Sociología en la Universidad de A Coruña, resta valor a esta teoría: “Antes de la Revolución Industrial, la mujer trabajaba también. En el siglo XVIII, los cambios sociales estaban liderados por mujeres. En realidad, este tipo de vínculos entre hombres existían entonces como ahora; incluso en ámbitos muy masculinos: entre militares o cazadores. La diferencia es que hace 100 años, pongamos por caso, dos amigos no podían permitirse hacer una escapada juntos a Venecia porque sólo viajaba una élite”.
Dave Carnie acuñó la palabra 'bromance' para referirse a esos colegas patinadores, amigos inseparables, que llevaban una vida casi de pareja sentimental
Ni Txisko ni Jaime encajan en el estereotipo metrosexual. Se depilan apenas lo necesario y sus hábitos cosméticos no pasan de perfume, desodorante y leche hidratante. Txisko describe esta relación de amistad como “un paso más allá”. Dice que le gusta hablar de fútbol y trabajo, y se apresura a matizar que su tema de conversación favorito, “como el de cualquier otro tío”, son las chicas. Pero Jaime y él se cuentan “cosas más profundas con total confianza”. Problemas domésticos, inquietudes personales, pequeños éxitos o preocupaciones. “La mayoría de los hombres que conozco no lo hacen”, continúa, “por falta de hábito o por lo que sea”.
El profesor López Rey lo denomina “afinidad de espíritus” y sostiene que existe desde siempre. “Puede ponerse más de moda por la coincidencia de iconos sociales; actores o personas populares. Pero esto es muy habitual en el ámbito académico: Freud y Jung, por ejemplo. Puede darse a distancia, porque los lazos de afinidad pueden mantenerse o crecer, en muchos casos, sin necesidad de contacto. Lo único nuevo es el concepto. Porque somos una sociedad que consume cosas, y también conceptos”. El sociólogo recuerda que la propia idea de la amistad está influida por la cultura, hábitos y moral de la época: “En determinados contextos culturales, el sexo podría formar parte de una relación de amistad. No es el caso de nuestra sociedad actual, entre otras cosas, por la influencia de la Iglesia. Pero lo que está bien o mal entre amigos es algo conceptual. Incluyendo el sexo. Aquella película sobre Alejandro Magno, que protagonizaba Colin Farell [Alejandro Magno, 2004], abrió un debate innecesario: si era homosexual o no. Aunque él practicara sexo con varones y mujeres, no sabía qué era la homosexualidad; no existía tal concepto”.
Entre Jaime y Txisko, en cualquier caso, no hay atracción física pero sí una fuerte dependencia emocional. Lo único importante de todo esto, finalmente, es que ellos se sienten satisfechos con su relación. “A mí me parece bonito”, dice Lola, la pareja del primero, que asume las bromas de sus compañeras de trabajo. “Me preguntan si me fío y yo les digo que sí, qué remedio. Lo conocí así y no tengo problemas, mientras las rosas de San Valentín sean para mí”, ríe. Desde su perspectiva de mujer, le pedimos su descripción de bromance para echar el cierre. “Lo de estos dos no es más que una permanente exaltación de la amistad, pero sin la borrachera”.
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