El giro de Hollande
Presionado por el descontento social, el presidente francés intenta un viraje político
La polémica sobre los secretos de alcoba de François Hollande ha amortiguado el giro del jefe del Estado francés en la conducción de la mayoría socialista. Pone fin al aumento de impuestos durante la primera parte de su mandato, que ha dado pobres rendimientos fiscales; y abarata el coste del trabajo por la vía de suprimir las cotizaciones empresariales, por valor de 30.000 millones de euros al año, con las que hasta ahora se financiaba la política estatal de ayudas familiares (por hijos, alojamiento y otras). El mandatario promete no traspasar esa carga a los hogares, sino al erario, además de profundizar en los recortes del gasto público.
Presionado por el descontento social, causante de una caída pronunciada de su popularidad, el detonante inmediato del giro de Hollande es el fracaso en la creación de empleo. El paro oscila en torno al 10%, porcentaje que se considera insoportable en ese país. La nueva política pretende un compromiso con la patronal que le compense, vía nuevas contrataciones, de las cargas sociales que el jefe del Estado promete aliviar. La organización empresarial, que no se compromete a objetivos precisos de creación de empleo, saluda el giro más que los sindicatos.
Semejante giro político no es seguramente lo que esperaba el votante de izquierdas. Los planteamientos de Hollande rompen con las expectativas de alternativa a la política europea de rigor presupuestario, depositadas en el “pacto por el crecimiento” inicialmente intentado frente a la austeridad impulsada por Angela Merkel. Hollande no renuncia al método de negociación entre el Estado y las partes sociales, pero sí al discurso tradicional de la izquierda francesa, basado en mantener el gasto público más elevado de la zona euro (57% del PIB). A su vez, anuncia la reducción del número de regiones, dotadas de un poder político muy inferior al de las autonomías en España, en la línea de aminorar el gasto.
El plan será votado por el Parlamento en primavera y comprometerá la responsabilidad del Gobierno. Un rechazo, improbable, debilitaría definitivamente al presidente de la República. Mitterrand suavizó su política de izquierdas a los dos años de su primer mandato y Hollande, aunque por otras razones, le sigue los pasos. El presidente francés, en el fondo un reformista, se autocalifica de socialdemócrata a la hora de explicar a los franceses qué es lo que quiere hacer.
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