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El amigo americano

Jeremy Scott debuta en febrero como director creativo de Moschino Por qué el estadounidense es la persona perfecta para la casa más descarada de Milán

Jeremy Scott posa con sus mejores galas, ahora que es el chico del momento.
Jeremy Scott posa con sus mejores galas, ahora que es el chico del momento.

¿Cuándo fue la última vez que se planteó lo que significa vestir bien? ¿Y la primera que oyó la palabra "hortera"? No hace falta que responda, lo más seguro es que a Jeremy Scott (Kansas, 1975) le dé igual. El estadounidense lleva tres lustros diseñando cualquier prenda u objeto que no reúna las pautas del buen gusto convencional: zapatillas con la cara de Goofy, vestidos-helado y colecciones enteras inspiradas en los Picapiedra, el universo Disney o una visión libérrima de la Primavera Árabe. Una carrera irreverente que le ha mantenido alejado del mainstream –sobre todo, durante los años de plomo del estilo Mad Men–, pero que en octubre le convirtió en el nuevo director creativo de Moschino, la casa más irreverente de Milán. “Su sentido del humor es italiano y el mío norteamericano, pero tenemos muchísimo en común”, cuenta Scott vía email.

Desde 1983 hasta su muerte repentina en 1994, Franco Moschino tuvo tiempo para revolucionar la moda a base de descaro. Sus mujeres podían llevar un traje de noche con una vaca estampada, y sus hombres, una camisa de fuerza con un eslogan en la espalda: “Solo para fashion victims”. Camuflados de ironía festiva, Moschino lanzaba sobre la pasarela mensajes reivindicativos. Su sucesor ha cambiado la política por un festival de referencias pop, pero también le gusta provocar. “Provocar que la gente piense”, aclara. “Que imagine una nueva paleta de colores, nuevas ideas, y que se plantee los límites de lo que consideramos moda”.

Scott fundó su firma en 1997 y, desde entonces, su única misión ha sido luchar contra “la plétora de productos banales” que inundan el mercado. Afincado en Los Ángeles, sigue defendiendo esa rebeldía que le ha grangeado una sólida corte de fieles, tanto dentro de la industria –el diseñador colabora desde hace años con Longchamp, Adidas o Swatch– como entre las celebridades –Rihanna, Kanye West o Ryan Lochte, el nadador showman–. Basta con ver la legión de admiradores que grita, se abraza y jalea en sus desfiles en Nueva York.

Su nombramiento en Moschino ha sido algo casi cósmico (cuando terminó de estudiar diseño de moda en el Pratt Institute, de Nueva York, trabajó brevemente en la oficina de prensa de la casa italiana), pero también responde a una estregia clara por parte de las firmas europeas. Desde que la francesa Kenzo contrató a los californianos Opening Ceremomy hace tres años, la moda busca talento en Los Ángeles para rejuvenecerse.

¿Qué podemos esperar de la primera colección de Scott, este febrero? “Una evolución del ADN de la marca. Y eso es una revolución en sí misma, porque Moschino nos dio momentos maravillosos. Aquel vestido con ositos de peluche [foto, a la derecha] sigue siendo uno de mis looks favoritos de la historia”. La cosa promete, porque su capacidad de escandalizar se mantiene intacta: “Resulto provocador hasta cuando no lo intento, así que...”.

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