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Tribuna
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Lucidez en medio de la crisis

Emilio Herrera representa la vida en el exilio de una generación científica

En momentos de crisis agudas un grupo humano puede verse abocado a las más absolutas tristeza, amargura y nostalgia; en España han sido demasiadas las oleadas de compatriotas que a lo largo de nuestra tensa historia se han visto obligados a afrontar el exilio, un futuro incierto en tierras no siempre acogedoras. Hablamos de quienes abandonaron su patria con el alma rota, sus biografías truncadas, forzados a rehacer sus vidas en una sociedad diferente, a integrarse como pudieron en ella. Fueron experiencias duras, que nos conducen a pensar en el exilio como una forma de vivir, de afrontar la adversidad con la única esperanza de volver, no siempre cumplida. Gentes como aquellas que en marzo de 1939, hacinadas en el puerto de Alicante y abandonadas a su suerte por los buques ingleses y franceses, que decidieron no traspasar la línea del horizonte, representaban para Max Aub “...lo mejor de España”.

Con timidez recuperamos algunos de aquellos protagonistas del drama. En Granada el Rector de su Universidad, profesor Francisco González Lodeiro, ha dado al Aula de Ciencia y Tecnología el nombre de Herrera, y un paso en la dirección debida. Se institucionalizan así los valores que encarnó Emilio Herrera en su extensa y compleja existencia: reconocida solvencia como científico y tecnólogo; su discurso civil, enfrentado a la aguda polarización ideológica de aquellas décadas del siglo XX, entendido como su capacidad de diálogo y tolerancia para con todo tipo de ideas, y su concepción de la milicia, ajustada a un ideal sumamente moderno, demócrata y civil de lo que debía ser un militar en una sociedad moderna.

Herrera perteneció a la llamada “generación de plata” del siglo XX, integrada por científicos e intelectuales que alcanzaron su plenitud en los años de la Segunda República; entre los intelectuales debemos mencionar a Azaña, Ortega, Marañón, Salvador de Madariaga, Américo Castro y entre los científicos a Enrique Moles, Blas Cabrera, Miguel Catalán, Esteban Terradas, Lorente de No, Arturo Duperier y Enrique de Rafael. Todos ellos europeizados y europeizantes, identificaron modernización con europeización y ambas con la necesaria incorporación a los avances científicos y tecnológicos, como requisito imprescindible para el progreso. En este contexto es fácilmente entendible que los tecnólogos españoles más avanzados de la época, Leonardo Torres Quevedo, Juan de la Cierva y Emilio Herrera llegaran a la aeronáutica porque era una ciencia plena de modernidad, con inmensas posibilidades de progreso para la sociedad española.

Herrera, activo y prestigioso ingeniero militar, aunó a una amplia relación de títulos científicos y técnicos, el reconocimiento de la Sociedad Matemática española (1920), de la que fue vicepresidente, Sociedad Geográfica Nacional, Académico de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de España (1932); general de ingenieros (1938); consultor de la L'Office National de Recherches Aéronautiques (ONERA, París, 1946); revisor de documentos atómicos en la UNESCO (1955); Academia de Francia, fundador y presidente del Ateneo Iberoamericano de París (1957), y un largo etcétera.

Fueron vidas de recias convicciones, que soportaron el exilio con la esperanza doliente del regreso

Su odisea científica y personal simbolizó la forma lúcida de afrontar los difíciles tiempos que le tocó vivir en España y después en Francia. Integrado en un reducido grupo de intelectuales y políticos caracterizados por su confianza en saber lo que querían, y lo que querían era ser coherentes, y lo fueron. Herrera como los Maura, Arturo Soria, Bergamín... tuvieron siempre las ideas claras: un extraordinario sentido de la juridicidad, de la legitimidad y de la formalidad. Para ellos eran fundamentales las reglas del juego, para mantener el juego político en su pureza, porque si se trastornan las reglas se acaba destrozando el juego. Su liberalismo nada dogmático les permitió ver claro en los tiempos del pacto germano-soviético, con las democracias doblegadas y los trenes a los gulags y los campos de exterminio funcionando. Contemplan la situación espantados, les parece todo una locura, y pese al mimetismo arrollador del momento se mantienen lúcidos, con sorprendente naturalidad al margen de unos y otros y, sin pretenderlo, pasaron a ser depositarios de la legitimidad.

¿Cómo pensar en él sin meditar amargamente en lo que España pierde con sus luchas internas?, se preguntaba Madariaga al referirse a Herrera. Parece como si un destino cruel la descuartizase dos o tres veces cada siglo, con harto destrozo de su pasado, retraso de su porvenir y desgarro de su presente. Este hombre ejemplar, dechado de bondad, lumbrera de inteligencia, espejo de honra, malvivió en París una vida que pudo haber vivido en feliz equilibrio entre los dones que recibió de la naturaleza y los que pudo haber otorgado a su país.

Herrera es paradigma de unos valores que hoy consideramos irrenunciables. Fue síntesis de un cristianismo profundo y un liberalismo irrenunciable, aquí la frase de Miguel Maura: “No volveré a España hasta que los españoles dejen de saludarse con el puño en alto o el brazo extendido y se saluden con el sombrero”, desapareció el sombrero, después desaparecieron los otros y finalmente volvió la generación del sombrero que es la que finalmente ha instalado sus formas sociales y políticas. Fueron vidas de recias convicciones, que soportaron el exilio con la esperanza doliente del regreso.

Emilio Atienza Rivero es biógrafo del general Emilio Herrera y miembro de número del Servicio Histórico y Cultural del Ejército del Aire (SHYCEA).

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