Desamor por WhatsApp
Es probable que ya lo sepa, que la hizo llorar. Y de qué manera. No una ni cinco veces, sino durante una colección de madrugadas enredadas entre el deseo y la ausencia. La expatrió de su WhatsApp. Ni una palabra de limosna. Es de la opinión que las cosas hay que hacerlas así, de cuajo. Piensa que ella le estará espiando, comprobando si está en línea o desconectado. O a qué hora se acuesta y a qué hora se levanta, como si las horas significaran algo. También puede suceder que le muestre sus últimos mensajes a las amigas, que para reconfortarla le dirán que usted es un tipo de lo menos recomendable. Porque la semiótica del sms o del WhatsApp en el amor se ha convertido ya en todo un género, e incluso existen webs que se preocupan de analizar la veracidad de dichos mensajes. Los suyos perdieron músculo hace tiempo, a la vez que iban aumentando los puntos suspensivos, igual que un chaval.
Le angustia imaginarla mirando el teléfono cada cinco minutos, a la espera de una mínima señal. Un monosílabo que pueda devolverle la fe en el futuro. Pero usted decidió cerrar la llave maestra; no se siente capaz de otra cosa. El agobio, la presión, su incondicionalidad maternal agotaron el derroche de besos y champán. ¿Qué artimañas hay que aprender para dar un paso hacía atrás y seguir con la agenda, imperturbable? La nada frente a un deseo inmoral, tan perfecto como un choque de caderas.
“La conquista es un juego”, se dice a sí mismo. La consecuencia de su ánimo voluble, fóbico. Al principio la envalentonó mostrándole una devoción desmesurada. Al sentirse adorada por sus dedos, se rindió a sus pies, a su pecho y a sus canas. De las miguitas de piel pasó a la entrega absoluta. Por ello no es de extrañar que ahora se obsesione y se estremezca al sospechar que todo ha sido una tentativa caprichosa.
Hasta que un día usted se levanta raro, con dolor de cabeza. Justo cuando ella ha dejado de torturarse por todo lo que les quedó por hacer, por la canción que se le olvidó escuchar a su lado, por la foto que no llegó a mostrarle.
De entre los escombros de ese amor demolido le llegará un soplo de la tibieza de sus muslos. Y, por impulso, le mandará un mensaje autocompasivo que, no lo dude, ella reenviará al minuto a sus amigas, como si fuera navidad. Entonces usted buscará consuelo diciéndose que por naturaleza es un monógamo sucesivo. Que los años corren, con esa media distancia que sabe poner entre las cosas y el amor.
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