Montar en ‘Cólera’
Los jinetes más temerarios del Gobierno se empeñan en soliviantarse y hacer política excluyente

El caballo más montado del mundo se llama Cólera. En España, podría hacerse todo un tratado sobre la historia del poder a partir de la popular locución “montar en Cólera.” Es una expresión que se identifica en general con la ira, el arrebato o la arbitrariedad, pero yo pienso que Cólera existe de verdad. Es un cuadrúpedo mítico, que habita invisible en el parque móvil de la Corte y que, de vez en cuando, se manifiesta visible e irresistible para los que ejercen el poder. Es la embriagante pulsión de montar en Cólera. Salvo la bendita gente que tiene el don de pasar desapercibida, todos tenemos esa tentación de montar alguna vez en Cólera. Un amigo algo vehemente suele avisar cuando se calienta el debate: “¡Voy a montar en cólera!”. Y provoca una carcajada. Sin embargo, un hombre con poder de Estado montado en Cólera no induce seguridad ni respeto sino perturbación y miedo. Hay quien monta en Cólera y ya no se baja de su delirio ecuestre hasta que se cae. Cuando se tiene la vara de mando de la mayoría absoluta se multiplican las tentaciones de montar en Cólera ante cualquier contrariedad o por la voluntad de imponerse sin diálogo. Desde la victoria electoral, este Gobierno se ha acostumbrado a montar en Cólera y eso acaba arrastrando a una dialéctica de amigo/enemigo y al desprecio de la pluralidad. Ocurre en la acción exterior. Se acabó la época de subirse a las espaldas de Latinoamérica: hay que ser copilotos. Y ocurre en la política interior. Es en los asuntos más delicados donde los jinetes más temerarios del Gobierno se empeñan en montar en Cólera en lugar de hacer política incluyente. Y suelen caer en el ridículo, como ha sucedido con las formas de la última operación en Euskadi, más parecida a una chachalaca que a una defensa necesaria del Estado de Derecho. Hay que desmontar a Cólera.
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