300 perros pasados por agua
Seth estaba preparado, cámara en mano. Y Buster estaba juguetón. Era un día normal, en un entorno conocido. Seth, el fotógrafo, planeaba hacer una sesión con Buster, el perro, en el jardín trasero de una casa de California (EE UU). Y como si una fuerza bruta empujara al modelo, éste, sin pensar en el protocolo, se lanzó a la piscina. De forma literal. El objetivo: su pelota de tenis. Él mismo la lanzaba al agua y después se tiraba a por ella. “Estaba tan emocionado que me contagió el entusiasmo”. Eso es lo que dice el fotógrafo, que transformó la sesión sin darse cuenta en una pasarela acuática.
Así se fraguó Perros bajo el agua, publicado ahora por Anaya, el libro de fotografía más vendido en 2012 en Estados Unidos, con más de un cuarto de millón de copias en un año, y el libro de perros más refrescante de los últimos tiempos. Colmillos, burbujas, caras terroríficas o pasmadas. “El resultado es la gran variedad de emociones que el perro muestra bajo el agua. De hecho, para mí es la prueba de que no son tan diferentes a los seres humanos en cuanto a su capacidad emocional”. Algunos se dejan llevar y nadan lentamente. Otros arquean la espalda y se deslizan con la potencia de un auténtico tiburón. Y todos, sin excepción, se entregan al juego con una energía inagotable.
Quien explica el proceso de cómo nació el libro es Seth Casteel, un fotógrafo de 33 años que vive por y para los animales. Responde amablemente por correo electrónico porque no consigue parar quieto en un sitio. “Siempre estoy viajando por trabajo. Aunque mi trabajo se ha convertido en unas interminables vacaciones”. Seth forma parte de la comunidad de rescate de animales de EE UU y ha recibido el reconocimiento de Time, National Geographic, el programa Today y la Humane Society of de United States por su constancia y perserverancia en refugios de todos el mundo que tienen un solo objetivo: conseguir encontrar casa a los miles y miles de perros abandonados que los habitan.
Para ello, no se le ha ocurrido una cosa mejor que unir sus dos pasiones. “Enseño al personal de los refugios a realizar las mejores fotografías posibles de los animales para que encuentren familias que los adopten. Creo que las fotos positivas de perros y gatos aumentan el tráfico en los refugios, enseñan a la gente que las mascotas son miembros de la familia”. Él lo sabe muy bien, dice, porque lleva unido irremediablemente a estos peludos desde que tenía cinco años. Ahora le acompañan a todas partes Nala y Fred, dos perros que, posiblemente, se llevan el premio a los más fotografiados del planeta. “Aguantan lo indecible”, admite Seth, consciente de que lo suyo pasa a veces por locura.
“Mis amigos me aconsejaron que me dedicara a fotografiar bodas. Yo no tenía un duro y obviamente se preocupaban por mí. Pero ser artista no significa trabajar para tener un cheque y pagar las facturas. Así que me dije que de eso nada, no soy un fotógrafo de bodas. ¡Lo soy de perros!”. Ahora que el libro de Seth ha empezado a dar sus frutos parece que esa fue una decisión lógica, pero nada más lejos de la realidad. Cuando Buster empezó a saltar como un loco a la piscina en aquella sesión fotográfica de 2010, Seth no dudó en dejarse llevar por el frenesí que invadía al perro. “Empecé a hacerle fotos sin parar, pero me di cuenta de que lo que realmente quería era ver su cara cuando entraba en el agua”.
Así que Seth se fue corriendo y sin pensarlo se compró una cámara acuática profesional con el dinero que le permitía su tarjeta de crédito. Es decir, se endeudó hasta las trancas. “No pensé en si era rentable o no, simplemente tenía que hacerlo”. Y tras Buster llegaron Gidget, Apollo, Callaway, Clifford… unos 300 perros pasados por agua, alrededor de 100.000 instantáneas, 92 elegidas y muchas sorpresas. “Es increible cómo se entregan y disfrutan de su entorno. Los perros están domesticados y viven de lujo en nuestras casas. Pero tienen instintos salvajes y la necesidad de explorarlos. Buster me ayudó a darme cuenta de que tienen una conexión con el agua que se remonta a miles de años, cuando los perros eran lobos”.
Y de esta forma, encontrando en determinadas ocasiones el lado salvaje de la vida, es como le gusta vivir a Seth. En su tiempo libre, que no es mucho, le gusta escuchar “música rock de los 80” o conducir su DeLorian “con las puertas de ala de gaviota abiertas”. Lleva cuatro tatuajes en un brazo, todos ellos de perros, por supuesto. E intenta sentirse siempre conectado con la naturaleza. “Los perros me inspiran”, admite. Y la verdad es que se siente un poco perro. De hecho trata de vivir su vida como si fuese un perro. Excepto por lo de ladrar. “Porque si ladrara en público probablemente la gente fliparía”.
FOTOS CEDIDAS POR SETH CASTEEL Y LA EDITORIAL ANAYA
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