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Columna
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Sin grandeza

El exacerbado nacionalismo español se ha convertido en una fábrica generosa de separatistas catalanes.

Manuel Vicent

A estas alturas el desdén que gran parte de la sociedad catalana siente por España ha sido ganado a pulso por la política del Estado, cuya rudeza extremadamente torpe se ha visto agravada durante años por una barra mediática de extrema derecha, que no ha cesado de soliviantar los ánimos con el desprecio y los exabruptos viscerales contra Cataluña. De hecho, el exacerbado nacionalismo español se ha convertido en una fábrica generosa de separatistas catalanes, los cuales desde su lado acaban de tensar la cuerda hasta llegar a un punto de no retorno. Llevado por la propia mitología histórica, no exenta de una fiebre independentista en su fase erótica, el Gobierno de Cataluña acaba de envidar muy duro. Ha señalado la fecha para un refrendo o consulta sobre su futuro, con el horizonte de un nuevo Estado catalán independiente. Para volar alto se requiere que las alas encuentren la resistencia del aire y ante este desafío ahora mismo el presidente Rajoy, en medio de este infausto ruedo ibérico, imita a un don Tancredo enharinado sobre un pedestal. Este inmovilismo puede acrecentar la crispación hasta arrastrar a todo el país al acantilado. El Gobierno del Partido Popular ha conseguido arduamente que la palabra España en boca de la mayoría de los jóvenes catalanes sea una expresión tiñosa, porque el problema básico consiste en que el Estado español carece de prestigio. No tiene estadistas con grandeza y visión histórica, sino políticos ratoneros, cuando no corruptos hasta el hueso, especialistas en contar votos como las abuelas de antaño contaban habas en la cocina. Tampoco al Estado le asisten intelectuales sólidos, historiadores fiables, sociólogos y analistas políticos de altura que desde Madrid establezcan un criterio imbatible en esta polémica. Si este envite no se resuelve mediante el diálogo y no se impone el buen sentido por ambos bandos, el resultado va a ser una gran depresión de cuya melancolía pueden florecer las flores negras de la violencia. Jóvenes catalanes serán cebados con las palabras sagradas y a veces venenosas, patria, tierra, libertad, que suelen llevar al fanatismo de la dinamita. Primero a la dinamita como crítica de la razón pura, poco después como crítica de la razón práctica. Hay que evitar ese bucle maldito a toda costa.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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