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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Gana Putin, pierde Kiev

El portazo de Ucrania obliga a la UE a repensar su estrategia hacia las antiguas repúblicas soviéticas

El portazo de Ucrania a un acuerdo de asociación con la Unión Europea, corroborado en la reciente cumbre de Vilna, representa la confirmación palmaria de que Vladímir Putin no está dispuesto a permitir que Ucrania, una pieza irremplazable por su extensión y población del imperio que acaricia, abandone la órbita rusa. La presión del Kremlin sobre Kiev, sobre todo en el terreno económico, ha crecido exponencialmente a medida que la posibilidad de ese acuerdo se hacía real, hasta hacerlo descarrilar.

Putin ha contado con la colaboración inestimable del presidente ucraniano, de probados instintos autoritarios. Víctor Yanukóvich, que mantiene en la cárcel a la líder opositora Yulia Timoshenko, y a quien el presidente ruso apoyó en 2004 frente a la revolución naranja, muestra estos días su verdadero rostro al reprimir con violencia inusitada las manifestaciones masivas de Kiev que exigen su dimisión y la de su Gobierno y un futuro anclado en los valores europeos. Como otros dirigentes de antiguas repúblicas soviéticas, el impopular Yanukóvich, que afronta su reelección en poco más de un año, está más atento a consolidar su poder y el de su claque que a los intereses nacionales de una Ucrania en plena crisis política y al borde de la bancarrota.

La renuncia de Ucrania deja malherida la política europea para integrar paulatinamente en su sistema de valores a países en la órbita del Kremlin. Tras el no de Bielorrusia y Azerbaiyán al cortejo de Bruselas, la espantada de Armenia en septiembre pasado —que escogía incorporarse a la Unión Aduanera abanderada por Putin— auguraba lo peor para Ucrania. Únicamente los más ingenuos podían pretender que Moscú daría el visto bueno a un idilio entre Kiev y la UE solo porque el modelo de acercamiento a Europa ideado hace cinco años por Polonia y Suecia carece de dimensión militar, a diferencia de la pertenencia a la OTAN. Como si la promoción de los valores democráticos y de la transparencia política no representara un desafío frontal a lo que Putin encarna y defiende.

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La victoria de Putin a propósito de Ucrania, por más provisional que quiera ser considerada, obligará a Europa a repensar la estrategia y el mismo contenido de un proyecto de acercamiento regional que interesa más a los gobernados que a los gobernantes de dudosas democracias. Mucho más atentos y vulnerables estos, según todos los indicios, a las consignas y presiones del Kremlin que a la seducción de Bruselas.

Se suponía que con su independencia de Moscú, un conjunto de antiguas repúblicas soviéticas había ido adquiriendo con los años la capacidad soberana de elegir a sus socios y alianzas. Ucrania ha venido a remachar estrepitosamente que no es así. Y de paso ha puesto de manifiesto la insuficiencia de los mecanismos de la UE y su falta de vigor para oponerse resueltamente al acoso del Kremlin sobre sus antiguos satélites.

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