Eurozona fría
El estancamiento y las bajas tasas de inflación comprometen el crecimiento económico
La eurozona apenas crece. En el tercer trimestre de este año la tasa de expansión del PIB ha sido, según la reciente estimación de Eurostat, del 0,1%, frente al 0,3% del trimestre anterior. Un ritmo decepcionante que compromete las expectativas de recuperación de las economías más afectadas por la crisis, la española entre ellas. En la determinación de ese magro crecimiento, la contracción correspondiente a las economías italiana y francesa y el retroceso de la alemana han sido significativos. Italia prolonga la recesión hasta nueve trimestres consecutivos y la recaída de Francia es notoria, volviendo a entrar en decrecimiento, en un 0,1%. Alemania crece un 0,3%, frente al 0,7% del trimestre precedente, en gran medida como consecuencia del debilitamiento de sus principales socios comerciales europeos, a pesar de la diversificación geográfica de sus exportaciones.
Son ritmos de crecimiento manifiestamente incompatibles con la reducción del desempleo y con la definitiva estabilidad y saneamiento de los sistemas bancarios. Tampoco favorecen el clima de cohesión interna y respaldo político que necesita la transición a la unión bancaria, condición hoy necesaria para que la eurozona no vuelva a ser escenario de tensiones financieras como las sufridas el verano pasado. La coexistencia de ese estancamiento con tasas de inflación muy reducidas genera una razonable inquietud. Y, en todo caso, obliga a revisar la orientación dominante de las políticas macroeconómicas hasta ahora dominantes. En especial el empeño de algunos Gobiernos, el alemán de forma destacada, en mantener políticas fiscales poco acordes con la voluntad de asegurar el crecimiento económico.
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Lo que ha resultado evidente es la ineficacia de orientaciones restrictivas en la totalidad de las políticas fiscales de la eurozona de forma simultánea. Aquellas que disponen de margen de maniobra, como Alemania —que exhibe un superávit público—, deberían adoptar una orientación algo más laxa. Ese tipo de políticas servirían de necesaria compensación a los ajustes presupuestarios que están haciendo las economías del Sur y contribuirían al alejamiento de ese fantasma de japonización —estancamiento y amenazas deflacionistas— que se cierne sobre la eurozona. Y frente al cual la política monetaria ya no dispone de mucho margen de maniobra.
Ni que decir tiene que, en la medida en que el crecimiento económico español depende de su sector exterior, mientras no exista una clara recuperación de las economías centrales de la eurozona, las señales de crecimiento observadas en la española correrían el riesgo de desvanecerse. Y eso dilataría aún más la normalización del funcionamiento del sistema bancario y la reducción del más importante desequilibrio, el del muy elevado desempleo. Esperar a la constitución del nuevo Gobierno alemán para confiar en la emisión de señales de recuperación de la demanda puede ser demasiado tarde.
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