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Cuando el ADSL ha rematado al porno blando de papel, el eterno rebelde Fréderic Beigbeder resucita la mítica revista erótica 'Lui' y hace que todos recordemos con añoranza cuando dejábamos las revsiats guarras debajo del colchón
Los hombres la escondían dentro de las páginas de Le Monde, supuestamente más respetables. En la antesala de la revolución sexual hubo quien la leía con una sola mano, aunque jurase comprarla por sus apasionantes artículos de fondo. Generaciones de adolescentes franceses crecieron idealizando esas páginas prohibidas. El invento se llamaba Lui y marcó una era. Fundada en 1963 por Daniel Filipacchi, algo así como el Ciudadano Kane galo, la revista erótica presentaba a modelos anónimas como Mimi o Germaine con títulos picarones y aliteraciones juguetonas dignas de películas tardofranquistas (“Marie se lo monta en el mar”). Pero Lui también consiguió quitarle la ropa a Brigitte Bardot, Sofia Loren, Jane Fonda, Catherine Deneuve y hasta Isabelle Huppert. Acabó apostando por un modelo menos softcore, aunque ni siquiera así pudo competir con el incipiente mercado del vídeo. Cerró en 1994, en vísperas del todo gratis que impondría Internet.
Dos décadas después de su desaparición, Lui vuelve de la mano de Frédéric Beigbeder. Publicista catapultado por el éxito de la novela 13,99 euros e icono mediático, se ha atrevido con un reto doblemente temerario. Primero, por lanzar una revista en plena crisis de la prensa. Y después, por apostar por algo tan desfasado como el erotismo de papel couché. Otro experimento similar –resucitar Playboy en Francia, con Juliette Binoche en portada– se saldó con un sonado fracaso en 2007. Entonces, ¿por qué a Beigbeder le ha salido bien la jugada?
Apuesto y larguirucho, el interesado aguarda ante el mítico Café de Flore de Saint-Germain-des-Près, a dos pasos de la redacción que alberga la nueva revista. Sus días de enfant terrible no han quedado atrás, aunque parezca algo más reformado que la última vez que nos lo cruzamos, recién amanecido a las cinco de la tarde en un día laborable. Le acababan de detener por esnifar cocaína. A los 47, con un premio Renaudot en su haber por Una novela francesa, aparece reconvertido en magnate de prensa con look de modelo de APC. “Me aseguraron que podría hacer lo que me viniera en gana. ¿Cómo iba a decir que no?”.
Vuelta a los orígenes
Beigbeder pretende resucitar el primer Lui, cuando el director era el intelectual Jacques Lanzmann y François Truffaut llevaba las páginas de cine. “Mi objetivo es que ya no dé vergüenza llevarlo bajo el brazo”, asegura. Beigbeder defiende “un espíritu libertino dieciochesco y puramente francés”, mundano y hedonista pero con fondo.
Una chica quemó un ejemplar y colgó el vídeo en Internet. Me pareció un auto de fe, lo que hacía Hitler con las obras disidentes.
Fréderic Beigbeder
El escritor está radiante, y no es para menos. El primer número ha colocado 350.000 copias, lo mismo que vende Le Monde un día cualquiera. La actriz de la temporada, Léa Seydoux, aparece semidesnuda en la portada, retratada por Mario Sorrenti, que participa en la empresa junto a otros fotógrafos estrella como Terry Richardson o Mikael Jansson. En el interior encontramos firmas tan llamativas como la de la ensayista franco-argentina Marcela Iacub, conocida por su tórrido affaire con Strauss-Kahn (y por haber publicado un explícito libro sobre tan apetecible experiencia), o la del propio Beigbeder, excelente entrevistador que, si nos pillan en un buen día, hasta podría parecer un Capote de la rive gauche.
A principios de los setenta, el director de la publicación abandonó el cargo al enterarse de que el propietario apostataría por destapar el triángulo prohibido. Beigbeder es partidario de no caer “en el mal gusto” –un destello del pubis de Léa Seydoux, las nalgas de Clémence Poésy, los pechos de la hija de Mick Jagger–, aunque no descarte regalar imágenes algo más crudas a su cuota de onanistas. Las voces contrarias ya germinan en su país. “No me preocupa”, responde el director. “Una chica quemó un ejemplar y colgó el vídeo en Internet. Me pareció un auto de fe, lo que hacía Hitler con las obras disidentes”.
—¿Entiende que esta visión de la mujer pueda molestar?
—A quien no le guste, que se pase un rato estudiando la historia del arte. La desnudez femenina se ha utilizado desde la antigüedad para representar la belleza, reflejo del orden divino. ¿Por qué un cuadro de Courbet se considera magnífico y lo que hago yo es sexista?
—Su punto de vista es que el equivalente masculino a Lui no existe.
—Pues que se lo inventen. Que hagan un homenaje a la virilidad. Esto también va a sonar sexista, pero tal vez el deseo femenino es más intelectual y el nuestro es más físico. Yo me postro de rodillas ante cualquier mujer. Son las reinas de esta revista y yo soy su esclavo.
Para esquivar las críticas, Beigbeder ha tenido un reflejo tirando a inteligente: escoger una redacción integrada por mujeres. “Lo he hecho para protegerme. Pero no de las críticas, sino de mí mismo”, sonríe. “Así, cuando tengo una de mis ocurrencias, ellas me recuerdan que soy un auténtico cerdo”. No se olvida de apuntar que el éxito del proyecto se debe a que la mitad de sus lectores son mujeres. En el fondo, para Beigbeder, el erotismo ya no significa transgresión alguna. “Aunque tal vez siga despertando algo de culpabilidad cristiana. Pero eso está bien. Ese pequeño escalofrío no hace más que intensificar el goce”.
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