Uniendo extremos: los canales cortos de la economía moral
Por Daniel López, responsable de Agroecología de Ecologistas en Acción
Grupos de personas diversas que se asocian para una necesidad básica, la alimentación justa y de calidad, a través de la cooperación. Así se podría explicar qué son los más de 1.000 Grupos de Consumo Agroecológico que existen ahora mismo en todo el país; lo que significan proyectos como Bajo el Asfalto está la Huerta (BAH!), que autogestiona unas tierras en el área metropolitana de Madrid y reparte los alimentos ecológicos que produce a través de la cooperación, el trabajo y la propiedad colectiva. Son experiencias de Canales Cortos de Comercialización, como también los son la venta directa en finca y los mercadillos de productores/as. Permiten el consumo de alimentos que se cosechan maduros y están frescos. Reducen intermediarios y, con ello distancias, envases, cadenas de frío y gastos de transporte. Los dos extremos indispensables de la cadena agroalimentaria, el de la producción y el del consumo, están más cerca gracias a esos canales cortos, con lo que se logran precios más justos para ambos.
Hay otras razones que explican la existencia de estos proyectos que pretenden ir más allá de los precios, la propiedad privada y el egoísmo individual. “Lo verdaderamente importante para que esta iniciativa se haya mantenido durante 13 años, es que el BAH! mola”, explicaba hace poco una compañera en un congreso de agroecología. No podía haberlo resumido mejor. Mola formar parte de una experiencia social bonita, en la que nos reencontramos con la gente, compartimos necesidades y formas de cubrirlas que son buenas para todos y todas. Mola participar en espacios sociales colectivos en los que la pertenencia a un grupo resulta profundamente funcional para el individuo, no solo en cuanto la necesidad fisiológica de alimentarse, sino también en cuanto a nuestra necesidad de participar, de sentirnos útiles.
En
estos tiempos en los que el contrato social se desmorona, el Estado
desaparece y la corrupción emerge son indispensables las
experiencias satisfactorias de lo colectivo.
Y en este caso estamos hablando de lógicas sociales que van más
allá de los precios que asigna el mercado. Nos situamos más cerca
de una economía moral, en la que las cosas se hacen porque son
bonitas o porque son necesarias socialmente.
Para
un grupo determinado es necesario manejar un trozo de tierra cerca de
Madrid, como hace el BAH!
Para otro grupo es necesario apoyar a una pareja de horticultores
mayores en la zona del Arroyo Tamarguillo, en Sevilla, comprándoles
los alimentos y revitalizando así la actividad agraria en una zona
amenazada por planes urbanísticos. Otro grupo de gente ha necesitado
crear una marca de alimentos a base de caballo para mantener el uso
sostenible de una tierra comunal en Pontevedra, como hace la
Cooperativa
Monte Cabalar.
Hablamos de estructuras
económicas pero guiadas por una economía social al servicio de las
comunidades: de la
ciudadanía y, especialmente, de la aldeanía, esto es, de las
comunidades rurales que cada vez están más debilitadas. Que generan
y mantienen empleo estable y de calidad, y a la vez importantes
beneficios ambientales. Todo un logro en tiempos de crisis.
Los
alimentos ecológicos, bajo este tipo de lógicas, no son un lujo.
Muy al contrario, son una salida digna y sostenible para personas
cuya capacidad de trabajo ha quedado excluida del mercado laboral, y
para esa necesidad de alimentos justos y de calidad que en otros
formatos -grandes superficies comerciales y otros canales largos-
resultan impagables.
A finales de octubre nos
reuniremos en Estella (Navarra) gentes y proyectos de todo el
territorio estatal para compartir experiencias, deseos e ilusiones
sobre Canales Cortos de Comercialización. Estáis tod@s invitad@s.
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