Transgénicos

A veces los matices son tan importantes como el fondo de los argumentos, y lo digo a propósito de la entrevista al doctor Mulet (EL PAÍS, 18 de octubre) en relación con los organismos transgénicos. Gran parte de la comunidad científica comparte la lucha contra el prejuicio de oposición total a los transgénicos, cuyas ventajas para la humanidad están fuera de discusión, si no que se lo pregunten a los diabéticos, cuya insulina es, en gran medida, producida por bacterias transgénicas. Probablemente, las plantas transgénicas aporten más ventajas que inconvenientes. Hasta ahí, de acuerdo. Pero considerar que la llamada agricultura ecológica es un timo es otra cosa.

El escepticismo que debe impregnar el debate científico me lleva a recordar las nefastas repercusiones ambientales de la agricultura intensiva: masivo empleo de fertilizantes e insecticidas de síntesis que contaminan acuíferos y ríos, extensión sin freno de monocultivos que empobrecen la biodiversidad, desaparición galopante de la diversidad genética de las variedades cultivadas, etcétera. Llama la atención además la polarización y las contradicciones del debate, ya que si se pretende encontrar variedades transgénicas de plantas cultivadas con resistencia a las plagas, será porque la agricultura imperante (o sea, la intensiva) no es la mejor, ya que necesita crecientes aportes de insecticidas.

Y no confiemos ciegamente tampoco en que las plantas transgénicas se librarán de los insectos, cuya capacidad adaptativa es incluso superior a la arrogancia humana.— José Luis Viejo Montesinos. Catedrático de Zoología, de la Universidad Autónoma de Madrid.