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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Drama en la sucesión del Real

La institución tiene que lidiar entre las exigencias de Mortier y las impresentables maniobras de Cultura

MARCOS BALFAGÓN

La inesperada destitución de Gerard Mortier como director artístico del Teatro Real pone fin a una tensa y pública disputa sobre el control de la entidad. Tras tres años al frente del coliseo y con contrato en vigor hasta 2016, el más influyente de los gestores culturales europeos en el campo de las artes escénicas deja el Real de forma precipitada, tras haberlo aupado a la primera plana mundial y a las agendas de los principales cantantes, directores de orquesta y directores escénicos.

A partir de ahora, con el belga fuera de juego, el Real se abre a otra era, en la que el reconocido oficio como gestor del sustituto de Mortier, el hasta ahora director artístico del Liceo de Barcelona, Joan Matabosch, tratará de mantener el teatro al elevado nivel en el que se ha colocado en estos tres años. No va a ser sencillo. Ni Mortier lo va a facilitar (según sus propias declaraciones) ni el ministro Wert, que ha protagonizado un ejercicio de injerencia política en este asunto al tratar de imponer a Pedro Halffter como director musical, ofrece las mejores garantías. Wert tuvo que desistir, ante la negativa de Matabosch.

No debería haber sido una sorpresa para nadie el verbo cáustico, heterodoxo y no exento de cierto divismo de Gerard Mortier. Sus declaraciones a este periódico han sido el detonante de lo sucedido. Mortier lanzó un órdago que colocó a la institución en una situación insostenible y quienes llevan las riendas del Real decidieron ayer prescindir de él para poder asegurar el funcionamiento del teatro. Tras sus declaraciones a EL PAÍS, su permanencia era solo una cuestión de plazos y de formas. Mortier no es un gestor fácil, pero el final de esta ópera merecía ser otro.

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El estado de salud del ya exdirector del Real, sometido en Alemania a un tratamiento contra el cáncer, añade una nota aún más triste a un episodio que los responsables de la institución han tenido que lidiar, entre las exigencias de Mortier, a quien nadie niega el respeto intelectual y moral que merece, y las impresentables maniobras de un ministerio de Cultura en la peor tradición de una España que siempre creemos superada, pero que siempre acaba volviendo.

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