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LA CUARTA PÁGINA
Tribuna
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Regular la batalla por la información

Un motor de búsqueda más innovador o una red social más respetuosa con la privacidad del usuario no podrían competir con Google y Facebook. Su dominio está garantizado por el caudal de datos que controlan

raquel marin

Buscar sin Google en la Red es como socializar en ella sin Facebook: algo inimaginable. Pero unos magníficos algoritmos patentados y unos empleados extremadamente talentosos sólo explican parcialmente la razón de que ambos campos estén dominados por una sola compañía. La verdadera razón es que tanto Google como Facebook se metieron en esos territorios muy pronto, acumularon tesoros de datos sobre sus usuarios y, ahora, están explotando agresivamente esos datos para ofrecer un servicio excepcional que sus competidores simplemente no pueden igualar, por muy innovadores que sean sus modelos de negocio.

Pongamos por caso la búsqueda personalizada de Google o el Graph Search de Facebook. Ambos accesorios son fáciles de copiar; es la información sobre el usuario lo que les hace sobresalir. De ese modo, Google indicará qué vínculos han sido aprobados por nuestros “amigos” directamente en los resultados de búsqueda; Facebook, mediante Graph Search, nos permite acceder a los conocimientos de nuestros amigos y de los amigos de estos.

Ambas compañías se han aproximado con éxito, y luego han monetizado, nuestro “gráfico social”, el término en otro tiempo de moda utilizado para describir nuestras muchas conexiones superpuestas con otra gente. Son pequeñas cosas como el gráfico social las que explican porqué incluso un mejor y más innovador motor de búsqueda o una red social más respetuosa con la privacidad del usuario lo tendría difícil compitiendo con Google y Facebook: mientras el dominio de estas dos compañías esté alimentado por inmensos caudales de datos de usuarios, los competidores están condenados al fracaso.

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Si tuviéramos que rehacer nuestra estructura de información partiendo de cero, nos daríamos cuenta de que el sistema del que disponemos actualmente se presta muy mal a la competición. ¿Cómo podríamos hacer las cosas de un modo diferente? Una opción podría ser la de manejar el “gráfico social” como una especie de institución pública, con reguladores estatales que aseguren que todas las compañías tienen igual acceso a esa información crucial. Muchas de nuestras conexiones sociales son anteriores —y pueden sobrevivir— a Google y Facebook; esas compañías las han cartografiado bien, pero ello no debiera impedirnos pensar en modos distintos de cartografiarlas y hacerlas disponibles. Así, en lugar de invertir dinero público en el desarrollo de mejores motores de búsqueda los gobiernos podrán centrar su atención en que el terreno de juego de los datos esté tan nivelado como sea posible.

Esa estrategia podría ofrecer otras ventajas. Por ejemplo, los reguladores tendrían la capacidad de ejercer mucho mayor control sobre cómo terceras partes recopilan y acceden a los datos del usuario. Sería posible convertir en anónimos esos datos y así desarrollar unos mejores servicios personalizados sin comprometer la privacidad del usuario. Los miedos a la filter bubble (“burbuja filtradora”) se han exagerado mucho; la personalización no es mala per se: son los rastros de datos que deja en su estela lo que debiera preocuparnos.

El sistema de la NSA está sumido en el secretismo y carece de la oportuna supervisión legislativa

Hace unos pocos meses, esto hubiera podido parecer una propuesta razonable pero en el fondo quijotesca. Para empezar, parece haber peligrosamente poco interés, o ganas, en rehacer nuestra estructura global de información. Baste imaginar el esfuerzo que haría falta para reunir toda esa información y organizarla de un modo “fácil de utilizar”. ¿Quién sería capaz de financiar semejante empeño?

Ahora que Edward Snowden ha delatado las extensas operaciones de espionaje de la National Security Agency, esa cuestión parece obsoleta. Pongamos por caso la muy debatida recopilación de metadatos de la NSA, la aparentemente benigna (o eso dicen ellos) información sobre quién llama a quién y cuándo. Es precisamente ese tipo de metadatos lo que se necesita para desarrollar un mejor “gráfico social” públicamente gestionado. De hecho, la NSA probablemente ya lo ha desarrollado, a menudo con la tácita cooperación de los servicios de inteligencia y de los operadores de telecomunicaciones de diferentes países.

Podemos discutir la ética y la legalidad de tales iniciativas hasta el hartazgo; y sugiero que lo hagamos, ya que, según las revelaciones de Snowden, el sistema de la NSA está sumido en el secretismo, carece de la oportuna supervisión legislativa y disfruta de un ilimitado apoyo del complejo militar-industrial. De manera que, sí: las prácticas de recopilación de datos de la NSA tienen que reformarse con la responsabilidad como objetivo.

Sin embargo, todas estas son preguntas sobre el futuro. Pero hay una pregunta sobre el presente bastante más pragmática: la NSA tiene todos esos datos y no va a desaparecer (el muy discutido centro de almacenaje de datos que la NSA está construyendo en Utah sugiere otra cosa). Sería un error colosal no llegar a un acuerdo institucional global que al menos hiciera que buena parte de esos datos quedaran disponibles para el uso público. Debería ser posible producir un rudimentario gráfico social y hacerlo globalmente disponible para ser supervisado por una agencia civil, quizá en el seno de la ONU. EE UU, que siempre ha predicado el libre mercado al resto del mundo, puede tomar la iniciativa de hacer más competitivos a los mercados de la búsqueda y de las redes sociales.

Existen, por supuesto, cantidad de obstáculos técnicos y de posibles cuestiones de privacidad que sería preciso abordar. Serían cruciales unas firmes normas de anonimato así como la posibilidad de la exclusión voluntaria. Naturalmente, a las compañías tecnológicas titulares no les gustaría, ya que fueron ellas las que dieron todos esos datos a la NSA. De acuerdo, sí, pero Google y Facebook también saben que, antes o después, los reguladores descubrirían las verdaderas razones por las que los mercados de búsqueda y de redes sociales ofrecen tan escasa competencia y harían algo al respecto. Ese “algo” puede ser mucho más drástico que lo que aquí se propone.

Los agentes secretos están encantados con la actual centralización de las telecomunicaciones

La tarea más abrumadora sería la de convencer a los defensores de la privacidad que este es, efectivamente, un acuerdo merecedor de su atención. A primera vista, no lo es. ¿Qué mayor locura que proporcionar a las nuevas compañías un acceso a casi tantos datos de usuarios como los que ya tienen Google y Facebook? Pero se trata de un asunto mucho más complejo, en particular porque si el plan funciona podríamos acabar con más innovación en los terrenos de la búsqueda y del socializar en la Red, y algunas de esas nuevas compañías podrían ofrecer más protección real a sus usuarios, ya que sus modelos de negocio no estarían necesariamente relacionados con una agresiva recopilación de datos.

En otras palabras, la elección ante la que nos encontramos está entre un futuro en el que Google y Facebook continúen dominando sus mercados principales, acumulando más y más datos de sus usuarios, y un futuro en el que el poder de esas compañías sea controlado por la competencia. Por el momento, los usuarios apenas tienen otra opción que la de quedarse con Google y Facebook, ya que los datos de usuarios que estas tienen producen realmente mejores resultados de búsqueda y unas conexiones sociales más valiosas.

El obstáculo más importante es el de convencer a las NSA de este mundo de que ello va a favor de su propio interés, lo que claramente no es así. Los agentes secretos están encantados con la actual centralización de las telecomunicaciones, de manera que solamente haya unos pocos conductos por los que seguir absorbiendo datos de usuarios y organizándolos amablemente para su captura por parte de la NSA. Un mercado realmente competitivo de búsqueda y de redes sociales sería un dolor de cabeza para los servicios de inteligencia.

Además, si los datos más íntimos los contiene otra agencia pública debidamente supervisada —que se dedique a protegerlos de un innecesario abuso y que esté dotada de la autoridad legal adecuada para poder negarlos a las irrazonables exigencias de la NSA— ello podría ayudar a proteger realmente la privacidad del usuario y a la vez domaría la propagación del aparato de la seguridad nacional.

¿Una proposición poco modesta? Tal vez. Pero con tantos limones con la marca NSA bien podríamos hacer una limonada.

Evgeny Morozov es profesor visitante en la Universidad de Stanford y profesor en la New America Foundation.

Traducción de Juan Ramón Azaola.

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