Las preguntas
La secuencia del 'caso Bárcenas' ha sido dramática, desde el punto de vista de la transparencia informativa
De nuevo viene una vieja anécdota contada por Mario Benedetti a ayudar a entender algunas cuestiones de actualidad. Se la contó a él un poeta ecuatoriano, Jorge Enrique Adoum. Este vio el siguiente grafito en un edificio de la capital de su país. Decía: “Cuando teníamos las respuestas, nos cambiaron las preguntas”.
Qué suculenta reflexión para nuestro tiempo, ahora que el silencio y las preguntas son cuestiones candentes en la vida cotidiana, y no solo en la vida política. El silencio es a veces una respuesta; mi madre decía que “con no sé no se escribe nada” cuando los acreedores iban a casa a que les firmara cualquier papel. “No sé firmar”. Y luego explicaba: “Con no sé no se escribe nada”. El editor Peter Mayer, que trabaja en un oficio donde la vida (del autor, pero también del que le publica) depende de que la respuesta sea positiva o negativa, decía: “No’ es también una respuesta”. Pero “hay que decirla rápido”.
En esto de Bárcenas y los papeles que tantas preguntas (sin respuestas, aún) han suscitado en la vida española (y en la prensa extranjera, por cierto) ha habido un error de base, a mi modesto entender, en el que no estuvo sola la clase política supuestamente perjudicada, sino alguna prensa susceptible de creer siempre lo que publican ellos y de sospechar y de alentar sospechas sobre lo que publican otros. Como la memoria es de papel de fumar, se ha evaporado ya el ruido político (y las querellas) que hubo en contra de este periódico cuando publicó los ya entonces llamados aquí “papeles de Bárcenas”. Y el ruido mediático en contra de la autenticidad de esa documentación fue igualmente sensacional. Fotocopias, fotocopias, ¿quién cree en unas fotocopias? Ese fue el mantra político, fotocopiado inmediatamente por aquellos a los que se les caía la baba ante un patinazo de EL PAÍS.
Desde hace rato todo eso se ha verificado como cierto, pero la publicación en El Mundo de los manuscritos de los que se obtuvieron las fotocopias han ratificado aún más la razón por la que EL PAÍS acometió hace medio año la publicación de esos papeles. A lo largo de este tiempo se han hecho muchas preguntas y casi ninguna respuesta. La secuencia ha sido dramática, desde el punto de vista de la transparencia informativa; se ha enlodado el campo para que hubiera aún menos claridad y ya se ha llegado a un punto culminante. En este punto apareció el presidente del Gobierno ante un grupo de periodistas que habían acordado unas preguntas. El procedimiento se rompió, saltó otro periodista y se produjo una pregunta distinta de la acordada. Sin duda, esta pregunta estaba destinada a ayudar al presidente a salir del probable atolladero. Si le cambiaban la pregunta, como en la anécdota ecuatoriana, se sentiría sin respuesta. Y una mano amiga vino a auxiliarlo en ese trance.
En mi modesta opinión, esa mano amiga no le hizo el favor, pues lo habitual es que las preguntas cómplices compliquen aún más la existencia del que de ese modo se siente aliviado. Las preguntas claras y el chocolate espeso. Y más preguntas; preguntar conduce al respeto de explicar. Pero si preguntas para que el otro no se explique, el perjudicado no es el que oye, sino el que habla, porque lo que diga sonará a silencio. O a “no sé”, que es lo que decía mi madre cuando se veía muy apurada.
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