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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Competitividad y espionaje

El Parlamento Europeo, alarmado por la vigilancia a la que le somete Washington, pone sin embargo su sistema de telefonía e internet en manos de una firma americana

SOLEDAD CALÉS

Europa ha vuelto a hacer gala de su pluralidad, aunque otros prefieren hablar de cacofonía. Mientras que algunos Gobiernos consideran de facto un proscrito al exempleado de seguridad norteamericano Edward Snowden, el Parlamento Europeo aprueba resoluciones contra el sistema de espionaje de EE UU y recomienda proteger a los denunciantes, es decir, a personas que como Snowden desvelan violaciones graves de los derechos fundamentales.

Las contradicciones y las paradojas son moneda corriente en este espinoso asunto. La Eurocámara, la institución que mejor representa a los ciudadanos de todas las tendencias políticas, está extremadamente preocupada por los detalles aportados por Snowden que revelan cómo Washington, sirviéndose de su potente Administración, pero también de sus mejores empresas tecnológicas —punteras a nivel global—, espía sin contemplaciones a ciudadanos, Gobiernos e instituciones europeas.

Resultado de tal preocupación es la puesta en marcha de una investigación sobre tales prácticas, posibles gracias al programa estadounidense PRISM que tiene como objetivo el espionaje de personas e instituciones extranjeras. Pero ya antes de iniciar dicha investigación, los eurodiputados se han percatado de hasta qué punto incluso sus comunicaciones están en manos norteamericanas. En plena alarma por PRISM, los parlamentarios han descubierto que todo el sistema de telefonía fija e Internet de la institución estará controlada desde este verano por la firma californiana Cisco, implicada, según The Guardian, en el escándalo del espionaje.

La adjudicación del contrato se hizo hace un año a una empresa belga y a British Telecom, que, a su vez, cuenta con la tecnología de Cisco. En el Parlamento alegan que está prohibido discriminar a las empresas en razón de su nacionalidad. De modo que el cambio a la tecnología americana parece imparable, sobre todo mientras las firmas europeas no sean capaces de competir con las de Silicon Valley. Quizá en vez de tanta protesta y tanta directiva fuera más práctico que las instituciones europeas hicieran algo más a favor de la competitividad.

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