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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Transición a la deriva

La crisis política y el ultimátum de los militares abocan a Egipto a una situación inquietante

La revolución egipcia parece estar volviendo al punto de partida. Como en 2011, millones de personas exigen de nuevo en las calles la salida del presidente. Solo que esta vez se trata del islamista Mohamed Morsi, un presidente elegido en las urnas. Y a diferencia de la revuelta contra Hosni Mubarak, que abrió un horizonte incierto aunque esperanzador, ahora, transcurridos dos años de frustraciones y polarización, el panorama se presenta igualmente incierto, pero también sombrío.

Dos días de protestas han ocasionado ya una veintena de muertos. Ayer, la sede central de los Hermanos Musulmanes, la agrupación que respalda a Morsi, fue asaltada en El Cairo ante la pasividad de la policía. Cinco ministros han dimitido.

Morsi ciertamente recibió como herencia tres décadas de problemas sin resolver. Tampoco cabe duda de que los leales al antiguo régimen, enquistados en la Administración, en la judicatura y en las fuerzas de seguridad, se encargan celosamente de boicotear la gestión del nuevo Gobierno. Pero en su primer año en el poder, el presidente ha dado muestras de una apabullante cortedad de miras. Es obvio que muchos de sus votantes no eran islamistas, pero apoyaron a los Hermanos Musulmanes porque eran la fuerza de oposición mejor organizada y creyeron en su mensaje conciliador.

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Morsi traicionó esa confianza. En lugar de gobernar con prudencia y sentido de Estado, escogió ministros de escasa cualificación y permitió que la Hermandad fuera acaparando cada vez más resortes del poder. Una muestra de su torpeza fue el nombramiento de un dirigente de Gamá Islamiya como gobernador de Luxor, que no olvida la brutal matanza de 58 turistas perpetrada en 1997 por el entonces grupo terrorista. La indignación en la estratégica ciudad obligó al gobernador a dimitir al cabo de una semana.

Los que hoy llenan las calles no solo temen la agenda islamista o una renovada autocracia. La inflación, el desempleo y la pobreza van en aumento, como la criminalidad. Escasean en cambio la gasolina y la electricidad. La popularidad de Morsi en los sondeos se ha hundido del 78% al 32%.

Para completar el cuadro, ahora, como en 2011, emergen de la sombra las Fuerzas Armadas, autoerigidas en salvadoras de la patria, y amenazan con imponer su propia hoja de ruta si los políticos no atienden las peticiones “del pueblo”. Egipto parece caminar en círculos.

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