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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Juicio al soldado

El consejo de guerra a Manning, el filtrador de Wikileaks, no debería ser un ajuste de cuentas

El consejo de guerra al soldado Bradley Manning, iniciado esta semana en una base de Maryland y envuelto en un velo de secreto, se ha convertido ya en el proceso militar estadounidense más sensacional en décadas. El juicio al autor de la filtración a Wikileaks del mayor paquete de información clasificada diplomática de la historia de EE UU va a ser también una prueba de fuego para la Administración de Barack Obama y su probada agresividad en la persecución de revelaciones que puedan afectar a la seguridad nacional.

Todo sugiere que el juicio contra el joven soldado, que puede durar meses, persigue un escarmiento ejemplar y desproporcionado. El indicio más alarmante es que habiéndose declarado Manning culpable de la mitad de la veintena de cargos que pesan contra él, y que pueden llevarle a prisión durante 20 años, el Gobierno siga adelante con la intención de considerarle responsable de espionaje y de ayudar al enemigo, delitos que acarrearían la cadena perpetua.

Manning no es ningún héroe y conoce la importancia y los riesgos de divulgar en uniforme información confidencial. Sus graves e inexcusables errores de juicio han dañado los intereses de EE UU, pero tiene derecho a un juicio justo y con plenas garantías. No hay la menor evidencia hasta ahora de que haya tratado de ayudar a quienes combaten a su país. O de que conspirase con Julian Assange para hacer públicos documentos que pudieran ser utilizados por enemigos como Bin Laden y sus secuaces. Sí hay evidencia, sin embargo, del tratamiento degradante y cruel infligido al soldado desde su arresto. El Ejército de EE UU no puede vanagloriarse de confinarle en solitario durante meses, obligarle a dormir desnudo o interrumpir regularmente su sueño.

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Con su enjuiciamiento y las penas que implican los cargos por los que admite su culpabilidad, Washington ya ha alcanzado su objetivo básico de escarmentar a posibles imitadores. El Gobierno de Obama, que mantiene una inquietante fijación con la persecución de determinadas filtraciones —véanse los casos de Associated Press y Fox News—, se equivocaría si buscara para Manning un castigo desproporcionado, que pudiera considerarse hipócrita. La sobreactuación judicial en Fort Meade y el extemporáneo secretismo que lo rodea no favorecerá ni la credibilidad de la justicia militar ni la de la Administración estadounidense.

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