La deriva siria
Occidente debe aunar esfuerzo diplomático y urgente ayuda militar a los rebeldes moderados
La muerte de decenas de combatientes de Hezbolá —la milicia chií libanesa financiada por Teherán que apoya a Bachar al Asad— en el asalto al bastión rebelde de Qusair subraya la rapidez con que el conflicto sirio adquiere perfiles de guerra sectaria regional. Qusair tiene una enorme importancia estratégica por su proximidad a la frontera libanesa y a Homs; su renovado asedio es una muestra más de que las tropas de Damasco están cobrando iniciativa gracias al apoyo firme y continuado, militar y diplomático, de Rusia, Irán y su cliente milicia fundamentalista.
La determinación que muestran los aliados de Al Asad contrasta abiertamente con el desconcierto de las potencias democráticas. Lejos de acercar el final de una guerra en la que toda atrocidad tiene ya cabida, la lamentable vacilación de Estados Unidos y Europa (a qué combatientes armar y cómo) hace el juego al tirano sirio y prepara a su favor el escenario de la conferencia de paz acordada en principio entre Washington y Moscú, si es que llega a celebrarse.
Siria vive sobre el terreno una realidad muy alejada del relato oficial. Tanto sus grupos opositores, que se reúnen esta misma semana en Madrid y Estambul, como el Ejército Sirio Libre representan poco más que unas siglas inoperantes, pese a su reconocimiento nominal por muchos países occidentales. Peor aún, los moderados del campo rebelde están siendo progresivamente anulados en su propio bando por una plétora de confusas milicias radicales, armadas básicamente por Arabia Saudí y Catar por motivos que nada tienen que ver con la democracia ni las libertades. En ese caos, y al margen de patrocinios estatales, emerge peligrosamente el disciplinado yihadismo del grupo Jabhat al Nusra, miles de eficaces combatientes vinculados a Al Qaeda de Irak.
Editoriales anteriores
La flaqueza occidental ha hecho más débil a la oposición laica y envalentonado a los fanáticos. En una guerra por intermediarios que se convierte aceleradamente en expresión regional del conflicto de poder entre dos ramas del islam, la suní y la chií, son esos moderados los que deben ser armados urgentemente, en paralelo con la intensificación de los esfuerzos diplomáticos, si es que EEUU y Europa pretenden tener algo que decir sobre su desenlace. El espectro de una Siria yihadista emergiendo de la descomposición actual debería ser argumento más que suficiente.
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